Servicio de búsqueda personalizada

Búsqueda personalizada

Seguidores

MIS AUTORES DE LA JUVENTUD - Por Eduardo Juan Salleras


Revisando libros viejos
MIS AUTORES DE LA JUVENTUD
Por Eduardo Juan Salleras, 26 de enero de 2016.-

Se autoriza su publicación solamente en forma completa y nombrando la fuente

Esta vez me puse a buscar aquellos que hicieron de mí lo que soy, los que me impulsaron a escribir, por aquel entonces en mi adolescencia, unos cuántos libros de poemas dibujados en cuadernos; algunos testimoniales, como solíamos decirles en aquel tiempo; otros muy jugados de tinte religioso y filosófico.

Los de poesías, de tanto guardarlos, no los encuentro. Muy de vez en cuando los buscaba y los releía, a medida que pasaban los años cada vez me gustaban menos, hasta diría que me daban un poco de vergüenza…

… la última vez, los disfruté e inclusive pensé pulirlos un poco.

Fue de ahí que se escondieron de mí y no los puedo encontrar.

Vamos a los libros viejos.

Las Rimas de Gustavo Adolfo Bécquer: “Volverán las oscuras golondrinas, En tu balcón sus nidos a colgar, Y otra vez con el ala a sus cristales, jugando llamará. Pero Aquellas que el vuelo refrenaban, tu hermosura y mi dicha a contemplar, Aquellas que aprendieron nuestros nombres, Esas… ¿no volverán!”

O: “¡Llora! No te avergüences, De confesar que me quisiste un poco. ¡Llora! Nadie nos mira. Ya vez; yo soy hombre… ¡y también lloro!”.

Rubaiyat de Omar Khayyam: “Puesto que ignoras lo que te reserva el mañana, esfuérzate por ser feliz hoy. Toma un cántaro de vino, siéntate a luz de la luna y bebe pensando en que mañana quizás la luna te busque en vano”.

También leí a Hermann Hesse: Demian, El lobo estepario y Siddhartha (es el único que terminé y hace poco). Había que leerlos, era el autor del momento por aquel entonces, aunque me pareció un tanto difícil, por decirlo de alguna manera.

“Voces”, de Antonio Porchia: “Tú crees que me matas, yo creo que te suicidas”.

Y otros.

Entre todos, el que más fuerte me llegó, el que más me inspiró e hizo de mí lo que soy literariamente fue Khalil Gibrán o Gibrán Khalil Gibrán. Cuando leí “El Profeta”, una verdadera oda a la vida, quedé maravillado. Llevaba ese pequeño libro a todas partes, y volvía frecuentemente a sus hojas. Calculo que lo recitaba de memoria, no recuerdo. El profeta vuelve a su pueblo y este lo recibe jubiloso. Se para ante él y la gente le empieza a pedir: Maestro háblanos del amor, Maestro háblanos del matrimonio… háblanos del dar… háblanos de la amistad…“cuando te separes de un amigo, no sufras. Porque lo que más amas en él se volverá nítido en su ausencia, como la montaña es más clara desde el llano para el montañés”… “Y permitid que haya risa y placeres compartidos en la dulzura de la amistad. Porque en el rocío de las pequeñas cosas el corazón encuentra su alborada y se refresca”.

Para mí la obra más destacada de Gibrán es, la menos conocida, la que ni siquiera figura en sus obras completas: LOS DIOSES DE LA TIERRA. Sin llamarla así, habla de la Santísima Trinidad. Es un diálogo entre el Dios primero, el Dios segundo y el Dios tercero. Cada uno con características distintas y discutían sobre el hombre. Éste libro me inspiró para escribir “A Imagen y Semejanza”, otra de las tantas obras inéditas mías narradas de puño y letra en el papel. Esa la conservo y probablemente la reescriba y la resuma en alguno de los libros que tal vez sí algún día publicaré.

¿Cuánto hay en nosotros de aquello que leímos?

¿Cuánto de mis escritos hay en los demás que me han leído?

Cuando publico lo que escribo no pretendo otra cosa que proponer un tema, un sentimiento, un paisaje, una vida. No busco que estén de acuerdo conmigo, ni que vean lo que yo veo, ni que sientan mis vivencias. Ahí está la flor del aromo, la fragancia del ligustro y el dulce de moras… ¿Por qué digo esto? Porque me ha pasado que los lectores de mis escritos interpreten de ellos cosas notablemente diferentes, desde el que opina que son espantosos – gracias a Dios pasa muy de vez en cuando – y hasta los mismos que los halagan, entienden individualmente cosas muy diferentes. Me di cuenta así, que aquella hoja de papel o en una pantalla, que voló para ser leída, ya no me pertenecía, sí el original que conservo en mi desorden.

Debo lograr que tanto la trama, el sentimiento, el paisaje o las cuestiones de la vida se movilicen en quien lo lee y produzca en él, su propia reflexión, su texto interno.

Hace mucho tiempo escribí éste párrafo de un poema que luego musicalicé con un amigo: “Siento que todo en mí se pierde. Que todo se vuelve cenizas, Que nada en mí prospera. Siento que todo en mí se muere. Tengo nostalgias de un pasado viejo. Nostalgias de una nueva vida”. Tenía por entonces, 17 años. Si bien poéticamente suena lindo, el concepto es deprimente. ¿Qué problema tenía yo en aquel tiempo adolescente para escribir algo tan penoso? No recuerdo, sí cuales eran mis lecturas. Es por ello que encontré en “El Profeta” tanto alivio, tanta frescura.

Un amigo, hace muy poco, me escribió y me dijo: “que mal te hace escribir artículos políticos y a mi leerlos… éste me gustó más, es metafísico”. Es cierto. ¡Qué mal nos hace el enojo! Y ni hablar vivir enojados.

La realidad muchas veces nos rebela, nos hace pasarla mal pero, siempre habrá a mano un buen libro para leer, una buena película para ver y ni hablar, buena música para escuchar. La cuestión será siempre elegir bien el tema y el autor.

“Vuestra alegría es vuestra tristeza sin máscara. Y de un mismo manantial surgen vuestra risa y vuestras lágrimas. No puede ser de otro modo…” Khalil Gibrán.


No hay comentarios:

Dientileche, el País de los Niños