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EL CUADRO DE HONOR - Por Eduardo Juan Salleras



Disciplina
EL CUADRO DE HONOR
Por Eduardo Juan Salleras, 12 de octubre de 2014.-

Se autoriza su publicación solamente en forma completa y nombrando la fuente
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Subí esa empinada e imponente escalera de mármol beige. Arriba y delante la misma entrada de siempre.

Ingresé al salón principal, ya había gente, pero no hice caso, solamente miré alrededor, aquellas puertas y ventanas intactas como antaño, todo impecable, se cumplen 100 años y por eso estaba allí.

Ese era mi colegio y hablo en pasado a pesar de su permanencia porque ahí me situé con la memoria de aquellos tiempos de niño y adolescente, donde hacía de las mías. Fui de esos alumnos difíciles.

Por eso, abstraído del alrededor, repasaba lentamente con la mirada y el recuerdo las paredes donde se colgaban los cuadros de honor de cada grado, de cada división, en los que yo, una sola vez aparecí, desde ya, por equivocación. Fui por aquel entonces a verlo al Hno. Rué, religioso de la Hermanos Maristas y responsable de mi grado, a preguntarle por la sorpresa. Me pidió disculpas y de inmediato lo corrigió: era imposible.

Me hubiera gustado haber figurado aunque sea una vez en el Cuadro de Honor, un mes de los once años que estuve en el colegio. Claro, nunca hice los méritos necesarios para ello, eso no tiene discusión. Además sabía que era una cuestión de virtudes a las que yo no hacía gala. Todo lo contrario. Recuerdo que una vez, con el mismo hermano marista, al que considero el mejor de los que tuve cuando todos fueron buenos, me dio a fin de año la medalla al mejor de los peores. La guardé mucho tiempo, hoy no sé dónde está.

A pesar de todo no me quedó ningún trauma al respecto. En cambio tuve siempre bien en claro que en la vida debe haber premios y castigos de acuerdo al desempeño de cada uno, en todos los órdenes.

Eso prediqué a mis hijas y a mis alumnos cuando me tocó ejercer la docencia en la que llegué a ser director de una escuela secundaria agro técnica, siempre priorizando la formación.

Disciplina es la palabra.

Y nuestros padres no se escandalizaban por ella, sino que la exigían como condición de orden y excelencia.

Lo dice alguien que de niño y adolescente siempre estuvo alejado de ambas. Fui transgresor nato pero jamás se alejó mi conducta del concepto sobre lo justo. El transgredir significa conocer la norma e incluso en cierta manera aceptarla. No es desobedecerla sino sortearla. Siempre supe que la regla era esa y que estaba bien, era sólo cuestión de evadirla

El que se rebela contra la ley es un subversivo, un delincuente. Nunca me opuse.

Hoy me lamento no haber hecho el esfuerzo, en aquellos años, para ser mejor. Porque en la vida hay momentos para todo, edades, en la de niño y en la de adolescente es la oportunidad de formarse y educarse, negarle eso a las nuevas generaciones sería una traición a nuestros hijos.

Es por ello que al Estado y a los dirigentes en general, debemos exigirles ocuparse de la educación.

Hay que enseñarle a nuestra descendencia, sin temor a la antipatía, que la libertad está en nuestro interior, no fuera de los límites de la sociedad a la que pertenecemos.

Que lo único que nos hace grandes es el conocimiento.

Que lo único que nos hace distintos es la excelencia.

Que lo único que nos hace intocables es la sabiduría.

Para todo ello hay que educarse y formarse en el esfuerzo, en el sacrificio.

Hay que hacer de las nuevas generaciones personas de carácter, que no puedan ser arriadas por la demagogia de los gobiernos corruptos. Que sepan ser independientes y libres en sí mismas.

Sólo así lograrán ser ciudadanos y no súbditos.

En medio de la misa un compañero y amigo de aquellos tiempos, refiriéndose a todos esos hombres presentes, en los que se encontraba incluso su padre, también exalumno, me dijo al oído: - tienes que escribir algo sobre la educación, la que existía en nuestra época, la de los delantales blancos impecables, la del orden, la de la armonía… es la única forma de revertir el espanto que estamos viviendo. Nos dejamos estar, permitiendo que pasen cosas de las que ya es difícil volver…

- Yo he escrito mucho al respecto… Le respondí y nos llamamos a silencio respetando la celebración.

Y la misa siguió su curso, luego al patio donde se sirvieron algunas empanadas, un poco de vino y mucha charla, el anecdotario hervía.

En varias ocasiones logré escaparme del tumulto.

Repasé cada uno de los patios: el andaluz, el del primario y el del secundario. Los arcos de fútbol… si hablaran. Los patios cubiertos. Miré por un momento hacia arriba, hacia la celaduría, territorio a donde me solían enviar a diario, en penitencia.

A pesar del bullicio de la fiesta me ganó un profundo silencio… ahí había pasado parte importante de mi vida. Allí se hizo algo de lo que soy, intentaron darme la mejor educación y formación, con la mayor dedicación forjaron mi temple, mi carácter y mi valentía. La escuela hizo gran parte del hombre que logré ser y muchas de las cosas buenas que me pasaron las viví y las sembré dentro de su institución.

Y en silencio me retiré, nostálgico, sumergido en el tiempo que pasó y pensando en el tiempo que me queda, en el desafío de reeducar al pueblo, a las nuevas generaciones perdidas en medio de una sociedad que ha abandonado lo esencial: el amor al prójimo… de volver a los valores que de niño nos inculcaban aquellos Hermanos Maristas, religiosos de la educación, que a pesar de mis corcoveos lograron amansar mi espíritu, y como todo caballo macaco, de tanto ir y venir, al final pierde las cosquillas.

Aquel amigo y compañero de mi niñez y juventud, a mi lado en la misa de celebración de los 100 años del Colegio Champagnat, tenía razón, algo hay que hacer.

Nada se logra sin disciplina.

Con cuadro de honor o sin él, allí fui feliz.

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http://elportaldeolgaydaniel.blogspot.com.ar/

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