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Noches pesadas - Por Eduardo Juan Salleras


Noches pesadas
LA CLARIDAD DE SIEMPRE
Por Eduardo Juan Salleras, 20 de junio de 2014.-

Se autoriza su publicación solamente en forma completa y nombrando la fuente

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Pensando en los inconvenientes que desde hace un tiempo no puedo resolver, algunos incluso parecen eternos, me acordaba de la historia de aquel hombre que se había propuesto intensificar su chacra, metiéndose en un callejón sin salida.

No lograba dormir. Se había transformado en un noctámbulo crónico.

En una de esas veladas nocturnas, encendió una vela como siempre, apoyó el candelabro sobre la mesa de la cocina-comedor y se sentó en la mecedora a meditar. Ya era costumbre este proceder.

Su mirada en ningún lugar particular, hasta que se puso a jugar con las sombras y las figuras que se forman en ellas, moviéndose al ritmo del flamear de la llama. De sueño, ni hablar.

En un momento se le presentó una figura, una cara, en el rincón contra el techo y por encima del aparador, que también se movía. La creyó por un instante conocida y pensó que se parecía mucho a su padre. Cada vez ganaba más la sorpresa, sobre todo cuando la flama por momentos quedaba quieta, como permitiendo aseverar lo que veía.

De pronto la ventana se abrió violentamente por un fuerte viento y detrás de éste la noche ingreso en el ambiente, con ella una negra oscuridad, al apagarse la única luz por el soplo del inesperado visitante. El hombre ni siquiera podía verse los dedos de su mano.

Permaneció quieto, quizás paralizado por la sorpresa de ver el rostro de su padre dibujado por sombras en la pared, a no ver nada.

Por otro lado, cualquier intento de movimiento terminaría tropezando con todo. La ceguera era total dentro de una negrura espesa.

Pero, lentamente comenzó a surgir de la nada una tenue claridad, la que iba ganando espacio segundo a segundo. Así pudo ver de pronto la ventana y cuando se aprestaba a levantarse y cerrarla, escuchó la voz de su padre, no viniendo del más allá, sino de su propio interior, como si le hablara el corazón:

- Hijo, cuando se apague una luz de las que supiste encender en tu vida, no desesperes por la oscuridad. Esto suele pasar. Debes esperar un rato tranquilo que todos tenemos asignada un porción de luminosidad, desde luego no va a ser un resplandor, pero sí la iluminación necesaria para ir en busca de alumbre y encender una nueva llama. Eso que poco a poco estás viendo siempre estuvo y no lo notaste porque quedó opacado por el brillo de tu lámpara, la que ahora se apagó. No quiere decir que no debas volver a prenderla, sino tomarte el tiempo necesario para ver y buscar la ocasión de no tropezar. Tranquilo, ten paciencia.

Evidentemente era así, pudo levantarse y cerrar la venta para que no se vuele todo con el viento.

Se sentó nuevamente a pensar lo que había pasado y al fin se durmió.

A la madrugada, su esposa, despertó y se levantó como siempre, y gracias a Dios lo vio profundamente dormido porque solía amanecer despierto. Se acercó a él con una manta y cariñosamente lo tapó. En ese momento el abrió sus ojos con una cierta pereza y una sonrisa amorosa le dijo: - tuve un sueño.

Ella le respondió: - sigue durmiendo, descansa otro rato mientras yo preparo el desayuno y ordeno un poco la casa, luego me cuentas. La mujer pensó cuánto tiempo hacía que no lo veía sonreír.

Es cierto, suele pasar que uno se acuesta con un problema, duerme un par de horas profundamente y a media noche empieza el baile en la mente. Todo se transforma en gravísimo, al punto de ponerse tan pesado que conviene levantarse, prender una luz, preparar algo para tomar o un cigarrillo para fumar, cualquier cosa que nos arrastre fuera de la situación.

A medida que van pasando las horas todo se pone más liviano, hasta algunas soluciones aparecen o respuestas a preguntas incómodas.

En el campo es habitual que se corte la luz, y si uno está con todo encendido peor, porque la negrura posterior es más impactante. Por minutos no se ve nada, sin embargo, sin que nadie encienda algo, lentamente empezamos a ver y cada vez un poco más.

Ahora, si nosotros despreciamos lo que tenemos asignado por naturaleza y morimos solamente por lo que tiene un brillo excesivo, cuando este se apague, la oscuridad será más negra que nunca.

Si tenemos en cuenta que el día comienza de la noche a la mañana, con la claridad que va creciendo minuto a minuto, y de no ver nada, sin necesidad de prender algo, nuestra vista por costumbre o por aumento natural de la luminosidad comienza a ver cada vez más, llegando al mediodía con todo el resplandor que el sol nos regala a cada jornada.

Y el señor durmió un rato más en la mecedora.

Su mujer, feliz de verlo tranquilo descansando, limpiaba y ordenaba con el máximo silencio posible y así siguió todo hasta las ocho de la mañana cuando despertó, tardísimo para él pero por fin logró la serenidad que buscaba a cada noche.

Luego desayunó con buen ánimo, para después comenzar a desenredar lo que había tejido como un proyecto de intensificación en su granja. No todo quedó desatado, recordando de qué manera se inició aquel deseo, descubrió que sin darse cuenta muchas cosas no pertenecían al objetivo primario. Y así, día a día, fue corrigiendo errores, sin necesidad que todo logre la perfección pero sí, previendo que ningún viento apague su vela.

Los que solemos tener pequeños proyectos, tal vez por una tendencia a lo magnífico, sobredimensionamos lo limitado, sin darnos cuenta que nos salimos de lo planeado para lo que no tomamos ninguna precaución y mirándolo a la distancia nos damos cuenta de la distorsión.

Qué importante es en esas circunstancias estar bien acompañado.

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