El Hombre del Carro 10º
ANDAR LA VIDA
Por Eduardo Juan Salleras, 18 de noviembre de 2012.-
Se autoriza su publicación solamente en forma completa y nombrando la fuente
- ¿UD es creyente? Le pregunté a este viejo amigo, andador de los caminos rurales, tan interesante…
- Fui bautizado como todo cristiano de niño, después, bueno, dicen que la iglesia es para las mujeres…
- Disculpe, yo voy a la iglesia…
- Le voy a contar una historia… hace unos años, venía con mi carro despacio, de hecho no puede correr. Del suroeste se veía una importante tormenta. Era tarde ya. El cielo entre negro y verde. Yo pensaba: ¿dónde me voy a meter? Miraba a los lejos buscando montes, reparo…
- No debe ser fácil en su situación pero, ¿cuántas de esas ha vivido UD?
- Desde ya, aunque esta era particular por ello estaba asustado. Cuando de pronto todo se oscureció. Viento y tierra, apenas se podía ver. A mis perritos ya los había alzado al carro e igual que yo, metidos debajo de la lona, sacando apenas la cabeza para mirar y las manos para sostener las riendas. Pero mis pingos estaban nerviosos y de vez en cuando largaban un relincho. Ya no veía nada, negrura total, por la hora y la tormenta, cortada de vez en cuando con algún relámpago en seco que duraba un segundo y entre el polvo y el viento no llegaba a visualizar ningún monte.
- ¡Qué falta hace Dios en esos momentos, ¿no?!
- Ahí me acordé de Él: “Tatita querido no me abandones”… ¿sabe?, yo no sé rezar… y en el horizonte se veían rayos quebrar la tierra y el temblor posterior con su trueno intimidante. Mire que es linda la naturaleza pero cuando se enoja… ¡mamita!… ¿Será mi fin? Pensé. Cuando de pronto, se iluminó el cielo como si fuera de día. Claro, duró solamente unos segundos, aunque lo suficiente para ver que a mi costado, como pasándome de largo, había una iglesia, pequeña…
- ¿Una capilla?
- Sí, importante y chiquita a la vez… alta, con un campanario, lo que me hizo ver que era una iglesia… ¡Es la casa de Dios y me está invitando a pasar! Me dije. ¡Gracias Tatita por haberme escuchado! Grité al cielo. Y entre oscuridad y pastos altos le apunte ciego, al bulto y a mi imaginación. Cuando en otro relámpago se iluminó un portón grande en la entrada con un pequeño techito a dos aguas. Paré allí, me bajé rápido y con mucho esfuerzo, moví la pesada puerta de dos hojas abriéndola, lo más que pude para que pase el carro también…
- ¿Metió el carro dentro?...
- Y bueno, ¡Qué Tatita me perdone! ¿Habré pecado por ello?
- No, Dios no es tan complicado… siga…
- Además, no podía dejar a mis animalitos, que son todo lo que tengo, con semejante tormenta allí afuera… Cerré enseguida los dos portones y me costó de nuevo. El ruido estaba afuera, ahí dentro un silencio tremendo… Desensillé la yegua que estaba de turno para tirar el carro, solté mi caballo que venía a tiro… los pichichos enseguida saltaron del carro y se pusieron a olfatear todo… por momentos no veía nada, imagínese que gracia me hacía…
- Sí, me puedo imaginar, continúe…
- Manoteé el farol a querosén y lo encendí, iluminando alrededor… afuera guerra de truenos, adentro, la muda calma… había algunos bancos rotos, otros no, pero con esos pedazos y algunas astillas, encendí un fuego sobre una chapa que llevo siempre para no incendiar nada en el campo, y que me perdone Tatita…
- Mire, si no hubiera tenido fósforos, Él se los facilitaba…
- Mejor así, además algo me cociné… afuera diluviaba y adentro las goteras hacían sonar sus gotas en el mosaico… pensé en darle de comer algo a los caballos, con semejante lluvia me lo hacía imposible. Luego tomé mi luz y di una vuelta para investigar. Al menos saber si iba a dormir solo o no. Encontré tantas cosas: libros tirados, cajas con velas de diferentes tamaños que me venían muy bien, santos mutilados y hasta una caja de madera con seis vasijas de barro encorchadas. Con la punta del cuchillo abrí la primera, mojé el dedo: vinagre puro. Y la segunda era vino y del bueno, dulzón…
- Vino de misa…
- Supongo que sí, pero muy bueno y más para esa ocasión. Me debo haber tomado un litro, ¿pequé?
- No, de allí huyó un cura seguramente dejando todo abandonado, UD sería el primero desde entonces en levantar la copa y brindar con el dueño de casa, después de tanto tiempo…
- Menos mal, encontré también algunos ponchos…
- ¿Ponchos? Risueñamente pregunté ¿Y qué hizo con ellos? ¿No se los habrá puesto o llevado no?
- No, eran de unos colores… violeta, verde, blanco, negro… el negro podía ser, pero, no usé ninguno eran muy raros, ¿por qué?
- Son los que usa el cura para dar misa, siga que se me está yendo la mañana…
- Bueno, luego acomodé mis covachas, apagué el farol y me tiré a dormir en un rincón seco de la iglesia, porque afuera llovía y adentro, también llovía en muchos lugares. Al quedar a oscuras, la tormenta iluminaba el ambiente y algún relámpago estratégico, proyectaba en una de sus paredes, la imagen en colores de un Jesús con el corazón en la mano… había dos ventanas con vidrios coloreados, la otra era de la Virgen, que también buscaba su lugar iluminando, pero en la otra pared. A pesar de todo me dormí un buen rato, cuando de pronto al abrir un ojo vi, al costado del altar, una luz roja… me pegué un susto pero, no me moví… bien tapado espiaba… y no se apagó más en todos los días de mí estadía, porque me sentí tan bien allí que decidí quedarme, había mucho pasto para mis caballos, incluso una vieja bomba sapo que al cebarla, se hincharon los cueros y comenzó a sacar agua y de la buena. La verdad que el lugar era espectacular, no sé porque se habrá ido el cura.
- ¿Y hasta cuando se quedó?
- Una mañana, me desperté y noté que se había apagado la luz roja al lado del altar. Me pareció una señal, debía continuar, porque en definitiva, la vida es andar… es seguir.
Es cierto, la vida es andar, aunque muchas veces nos tentamos en permanecer quietos en lugares y situaciones cómodas, sin atender que más adelante, en el camino, nos espera algo, alguien; una responsabilidad, un compromiso. Como así también, revolcados en los tropiezos a veces no nos queremos levantar y sin embargo, hay que seguir.
Hay quienes se le va la vida si haber andado lo suficiente. No puede ser que el tiempo pase sin que nada pase y eso es lo que me preocupa de este año que se está yendo.
Siempre está la oportunidad para hacer algo trascendente.
Siempre está la oportunidad para hacer algo trascendente.
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