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En mis andanzas extracorpóreas que me llevaron por los diversos lugares que voy recordando en estos apuntes, un punto de atracción importante fue el "centro de cómputos" que funcionaba en el entrepiso del hotel del Dr Richardson. Ahora que lo pienso, ese hotel no tenía en su exterior ningún cartel identificatorio por lo que me quedé sin saber cuál era su nombre. Pero todos sabíamos (también yo) de qué se trataba.
Acceso al edificio, unos pasos hasta los escalones, subida al entrepiso, pasillo hacia el fondo, vuelta a la izquierda, unos cuantos pasos, un par más de escalones y allí estaba la puerta de madera, que creo recordar estaba pintada de rojo.
Ingresando se veía, un par de metros más allá, la gran computadora con José Luis como único operador autorizado.
Un detalle: las enfermeras estaban con uniforme verde, las médicas de terapia batas color limón pero muy claras (de lejos parecían blancas), y José Luis era el único que vestía un guardapolvos rojo.
Al entrar a ese lugar y recorrer ese pequeño pasillo, aparecía a la derecha una puerta que las primeras veces encontré siempre cerrada pero que una vez se abrió porque organizamos la presentación de una actividad de la PC para mostrar a parte del personal algunas posibilidades que brindaba el equipo.
Por esa puerta se entraba a una especie de microcine de unos 5 metros de ancho por 6 ó 7 metros de fondo, con una platea escalonada como una tribuna. Estimo que tenía capacidad para unas 30 personas y en la pared opuesta a la puerta había un monitor gigante "de pared a pared", es decir, de 5 metros de ancho por unos 3,5 metros de alto.Allí aparecerían luego las imágenes surgidas de la computadora central.
Creo que en realidad las presentaciones que realicé fueron dos, porque me parece recordar que en una no estuvo Olga pero en la otra sí, pero la que más se fijó en mi mente fue esta última.
Habían aceptado la invitación dos o tres médicas de terapia y unas seis o siete enfermeras. En la última fila estaban sentados José Luis con su bata roja y Olga. Me quedé de pie junto a la puerta para poder ir viendo bien las imágenes y relatarlas a la audiencia.
Se trataba, dije allí (sin saber de dónde saqué esa información), de un nuevo programa llamado Power Point 2, que permitía brindar una presentación visual dinámica de imágenes generadas por el Google Earth de modo de poder realizar "paseos virtuales" por el lugar que se eligiera. Era como sobrevolar el mapa con un avión o un helicóptero que se desplazaba "piloteado" por el operador de la PC.
Como estaba allí Olga que por esos días vivía llorando la ausencia de sus hijos, y también estaba yo que extrañaba las mías, decidí sobrevolar con ese programa el área de Ensenada, la ciudad en la que habían quedado seis de los siete descendientes y ocho de los por entonces nueve nietos (que ahora ya son once).
Al encenderse el monitor y aparecer la imagen, se veía desde el avión como si estuviese sobrevolando la Plaza Moreno de La Plata rumbo al río. Por eso se distinguían en el mapa la zona de El Dique y, allá en el fondo, la Ensenada de Barragán.
Expliqué a los asistentes que había dos caminos para llegar desde La Plata hasta Ensenada: el de la izquierda era el "Camino Rivadavia" y el de la derecha, la prolongación de la calle 43 de la capital provincial.
Propuse al operador que tomara el Rivadavia, volando por encima de ese camino. Se veía la superficie como una fotografía en la que aparecía algún vehículo (por supuesto inmóvil) y muchas zonas borrosas a sus costados que semejaban pastizales. Así hasta llegar cerca de ese camino en su intersección con la calle Francisco Cestino (intersección imposible en la realidad porque el camino accede a Ensenada poco antes de su cruce con la a la altura de Perón y Avenida Bossinga). Pero en ese mapa era así.
Mencioné que a la izquierda se podía ir hacia Punta Lara, donde Olga tenía su hija mayor y dos nietos, pero que para no hacer tan largo el recorrido no íbamos a llegar hacia allí. Una de las doctoras presentes dijo que prefería eso porque años atrás había tenido un novio viviendo allí (o quizá un "algo más que novio") con el que las cosas habían terminado muy mal. Incluso dijo su nombre y apellido (que no voy a develar aquí por si el sueño no era, como creo, un sueño). Las otras doctoras se rieron bajito cuando ella lo mencionó, como haciendo notar que sabían de qué se trataba, y yo no me atreví a preguntar nada.
Al cruzar la Avenida Bossinga seguimos por Francisco Cestino. El primer punto que resalté allí fue que estábamos pasando sobre la casa de Rauli, el único hijo varón. Y allí Olga no aguantó más, se puso de espaldas a la pantalla y comenzó a llorar desconsoladamente. Eso me puso mal, y a partir de ese momento traté de que la presentación fuera lo más breve posible para no seguir torturándola.
Comenté que unas cuadras hacia la derecha sobre la Avenida estaba la casa de la familia de Olga y di unos pocos datos sobre quienes allí vivían, la gomería fundada por el padre, y poco más pues el avión seguía avanzando por la Francisco Cestino. Al cruzar la calle San Martín, indiqué que a unas cuadras a la derecha vivía Ceci, mi hija, con su esposo y sus dos hijos, pero no doblamos. También hablé sobre el Club Náutico que aparecía a la izquierda, que la doctora que antes mencioné dijo que conocía porque había ido con su novio alguna vez allí.
Giramos a la derecha por una calle que supongo hoy que era La Merced. Les hablé sobre el edificio de la municipalidad, la iglesia, la plaza, la escuela 1 y todo lo que desde en las imágenes aparecía. Al llegar a la intersección con la calle Perú les señalé que a la izquierda, a una cuadra y media, vivía otra de mis hijas, Marina, con su esposo y sus dos hijos.
Seguimos sobrevolando La Merced hasta Horacio Cestino, cruzamos por sobre el puente de la calle Ortiz de Rozas y llegamos al borde del Puerto.
Allí terminó el paseo, se apagó el monitor, se encendieron las luces del saloncito y yo me dediqué a consolar a Olga que seguía llorando profusamente. Supongo que en ese momento volví al mundo real porque de pronto todo desapareció.
Fue una experiencia muy intensa que me quedó grabada con claridad. No he puesto aquí todos los detalles sino los que me parecen más significativos para quien lee este apunte.
Antes de escribirlo consulté con Olga pidiéndole autorización para mencionar nuestros hijos y su situación tan penosa durante la proyección del audiovisual. Me dijo que sí, que era importante para comprender que todo lo vivido fuera del cuerpo tenía muchísimos puntos de contacto con nuestra realidad en ese momento de la vida. Por eso lo transcribí.
Si mentir es decir lo contrario de lo que uno piensa, en ningún momento he mentido ni mentiré en este relato. Por eso no es "de ficción" ya que no hay situaciones ni personajes "creados" por mí. Son recuerdos claros que tres años largos después se siguen aferrando a mi mente. La imagen del mapa que sobrevolamos está presente como si estuviese viéndolo hoy, el pequeño salón auditorio, los asistentes...
Como todo lo que describí en mis apuntes anteriores y todo lo que describiré. Gracias por seguirme ayudando es transcribir esta historia. Sin el estímulo de ustedes, amigos, no lo hubiera hecho. Porque era más sencillo transmitir alguna mentira creíble que lo que me resulta volcar en palabras esta verdad increíble.
Un saludo afectuoso.
Daniel Aníbal Galatro
En mis andanzas extracorpóreas que me llevaron por los diversos lugares que voy recordando en estos apuntes, un punto de atracción importante fue el "centro de cómputos" que funcionaba en el entrepiso del hotel del Dr Richardson. Ahora que lo pienso, ese hotel no tenía en su exterior ningún cartel identificatorio por lo que me quedé sin saber cuál era su nombre. Pero todos sabíamos (también yo) de qué se trataba.
Acceso al edificio, unos pasos hasta los escalones, subida al entrepiso, pasillo hacia el fondo, vuelta a la izquierda, unos cuantos pasos, un par más de escalones y allí estaba la puerta de madera, que creo recordar estaba pintada de rojo.
Ingresando se veía, un par de metros más allá, la gran computadora con José Luis como único operador autorizado.
Un detalle: las enfermeras estaban con uniforme verde, las médicas de terapia batas color limón pero muy claras (de lejos parecían blancas), y José Luis era el único que vestía un guardapolvos rojo.
Al entrar a ese lugar y recorrer ese pequeño pasillo, aparecía a la derecha una puerta que las primeras veces encontré siempre cerrada pero que una vez se abrió porque organizamos la presentación de una actividad de la PC para mostrar a parte del personal algunas posibilidades que brindaba el equipo.
Por esa puerta se entraba a una especie de microcine de unos 5 metros de ancho por 6 ó 7 metros de fondo, con una platea escalonada como una tribuna. Estimo que tenía capacidad para unas 30 personas y en la pared opuesta a la puerta había un monitor gigante "de pared a pared", es decir, de 5 metros de ancho por unos 3,5 metros de alto.Allí aparecerían luego las imágenes surgidas de la computadora central.
Creo que en realidad las presentaciones que realicé fueron dos, porque me parece recordar que en una no estuvo Olga pero en la otra sí, pero la que más se fijó en mi mente fue esta última.
Habían aceptado la invitación dos o tres médicas de terapia y unas seis o siete enfermeras. En la última fila estaban sentados José Luis con su bata roja y Olga. Me quedé de pie junto a la puerta para poder ir viendo bien las imágenes y relatarlas a la audiencia.
Se trataba, dije allí (sin saber de dónde saqué esa información), de un nuevo programa llamado Power Point 2, que permitía brindar una presentación visual dinámica de imágenes generadas por el Google Earth de modo de poder realizar "paseos virtuales" por el lugar que se eligiera. Era como sobrevolar el mapa con un avión o un helicóptero que se desplazaba "piloteado" por el operador de la PC.
Como estaba allí Olga que por esos días vivía llorando la ausencia de sus hijos, y también estaba yo que extrañaba las mías, decidí sobrevolar con ese programa el área de Ensenada, la ciudad en la que habían quedado seis de los siete descendientes y ocho de los por entonces nueve nietos (que ahora ya son once).
Al encenderse el monitor y aparecer la imagen, se veía desde el avión como si estuviese sobrevolando la Plaza Moreno de La Plata rumbo al río. Por eso se distinguían en el mapa la zona de El Dique y, allá en el fondo, la Ensenada de Barragán.
Expliqué a los asistentes que había dos caminos para llegar desde La Plata hasta Ensenada: el de la izquierda era el "Camino Rivadavia" y el de la derecha, la prolongación de la calle 43 de la capital provincial.
Propuse al operador que tomara el Rivadavia, volando por encima de ese camino. Se veía la superficie como una fotografía en la que aparecía algún vehículo (por supuesto inmóvil) y muchas zonas borrosas a sus costados que semejaban pastizales. Así hasta llegar cerca de ese camino en su intersección con la calle Francisco Cestino (intersección imposible en la realidad porque el camino accede a Ensenada poco antes de su cruce con la a la altura de Perón y Avenida Bossinga). Pero en ese mapa era así.
Mencioné que a la izquierda se podía ir hacia Punta Lara, donde Olga tenía su hija mayor y dos nietos, pero que para no hacer tan largo el recorrido no íbamos a llegar hacia allí. Una de las doctoras presentes dijo que prefería eso porque años atrás había tenido un novio viviendo allí (o quizá un "algo más que novio") con el que las cosas habían terminado muy mal. Incluso dijo su nombre y apellido (que no voy a develar aquí por si el sueño no era, como creo, un sueño). Las otras doctoras se rieron bajito cuando ella lo mencionó, como haciendo notar que sabían de qué se trataba, y yo no me atreví a preguntar nada.
Al cruzar la Avenida Bossinga seguimos por Francisco Cestino. El primer punto que resalté allí fue que estábamos pasando sobre la casa de Rauli, el único hijo varón. Y allí Olga no aguantó más, se puso de espaldas a la pantalla y comenzó a llorar desconsoladamente. Eso me puso mal, y a partir de ese momento traté de que la presentación fuera lo más breve posible para no seguir torturándola.
Comenté que unas cuadras hacia la derecha sobre la Avenida estaba la casa de la familia de Olga y di unos pocos datos sobre quienes allí vivían, la gomería fundada por el padre, y poco más pues el avión seguía avanzando por la Francisco Cestino. Al cruzar la calle San Martín, indiqué que a unas cuadras a la derecha vivía Ceci, mi hija, con su esposo y sus dos hijos, pero no doblamos. También hablé sobre el Club Náutico que aparecía a la izquierda, que la doctora que antes mencioné dijo que conocía porque había ido con su novio alguna vez allí.
Giramos a la derecha por una calle que supongo hoy que era La Merced. Les hablé sobre el edificio de la municipalidad, la iglesia, la plaza, la escuela 1 y todo lo que desde en las imágenes aparecía. Al llegar a la intersección con la calle Perú les señalé que a la izquierda, a una cuadra y media, vivía otra de mis hijas, Marina, con su esposo y sus dos hijos.
Seguimos sobrevolando La Merced hasta Horacio Cestino, cruzamos por sobre el puente de la calle Ortiz de Rozas y llegamos al borde del Puerto.
Allí terminó el paseo, se apagó el monitor, se encendieron las luces del saloncito y yo me dediqué a consolar a Olga que seguía llorando profusamente. Supongo que en ese momento volví al mundo real porque de pronto todo desapareció.
Fue una experiencia muy intensa que me quedó grabada con claridad. No he puesto aquí todos los detalles sino los que me parecen más significativos para quien lee este apunte.
Antes de escribirlo consulté con Olga pidiéndole autorización para mencionar nuestros hijos y su situación tan penosa durante la proyección del audiovisual. Me dijo que sí, que era importante para comprender que todo lo vivido fuera del cuerpo tenía muchísimos puntos de contacto con nuestra realidad en ese momento de la vida. Por eso lo transcribí.
Si mentir es decir lo contrario de lo que uno piensa, en ningún momento he mentido ni mentiré en este relato. Por eso no es "de ficción" ya que no hay situaciones ni personajes "creados" por mí. Son recuerdos claros que tres años largos después se siguen aferrando a mi mente. La imagen del mapa que sobrevolamos está presente como si estuviese viéndolo hoy, el pequeño salón auditorio, los asistentes...
Como todo lo que describí en mis apuntes anteriores y todo lo que describiré. Gracias por seguirme ayudando es transcribir esta historia. Sin el estímulo de ustedes, amigos, no lo hubiera hecho. Porque era más sencillo transmitir alguna mentira creíble que lo que me resulta volcar en palabras esta verdad increíble.
Un saludo afectuoso.
Daniel Aníbal Galatro
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