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ENTRE EL CIELO Y EL INFIERNO

El Hombre del Carro 8º
ENTRE EL CIELO Y EL INFIERNO
Por Eduardo Juan Salleras, 17 de febrero de 2012.-
Se autoriza su publicación solamente en forma completa y nombrando la fuente
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Recuerdo un día, pasando por el hospital, en un baldío adyacente, veo algo conocido: los dos yeguarizos de mi amigo el Hombre del Carro. Al menos muy parecidos. Freno mi camioneta, y así fue. Además, a unos metros estaba también el carro, con sus varas en el piso. Los cuscos deben andar por ahí – pensé - pero a él no se lo veía.
En el mismo terreno había una casilla y un hombre que entraba y salía de ella, quizás acomodando cosas. Me acerqué y le pregunté por el dueño de los caballos y el carro. Me dijo que estaba internado en el hospital.
Entonces, cerré mi vehículo y entré a averiguar sobre él.
A buscar entonces el cuarto que corresponda. Preguntando, preguntando se llega a Roma y así llegué al lugar indicado. Abrí la puerta y ahí estaba, bien despierto, con sus tremendos ojos azules, blanco, porque lo habían afeitado, incluso el pelo corto y seguramente bañado, se le notaba el cambio… ¿cuánto tiempo habría pasado antes de semejante aseada?
- Buendía amigo – lo saludé – lo veo con buena cara y que rasqueteada le han dado al arisco…
- No crea que esto pasa una vez al año, yo cada tanto me doy una vuelta por las buenas costumbres…
- Pero cuénteme, ¿qué le paso?
- Me empecé a sentir muy mal y creo que perdí el conocimiento. Estaría a una legua de aquí y mis animalitos me trajeron solos al hospital. No me mire así, pregúntele a las enfermeras. Pararon el carro frente a la puerta y cuando salió uno de adentro a echarnos, me vio desparramado en el. Creyeron que estaba borracho o muerto. De todas formas me bajaron y me atendieron…
- Así fue – escuche una voz femenina detrás de mí. Era la enfermera de guardia esa noche.
- Está bien, no digo nada – y la mujer me pidió que me retirara unos minutos que debía hacer su trabajo.
- ¡Eh! No se vaya que le tengo que contar algo – me reclamó desde su cama mientras yo pasaba al pasillo.
A los 10 minutos vuelvo a entrar y le digo: - UD sabe, yo no sé su nombre ni apellido.
- ¿Quién soy para UD?
- No se ría, pero para mí UD es: El Hombre del Carro y con mayúsculas.
Se largó a reír, daba gusto verlo así, se lo veía muy bien, mejor que siempre. ¿Quién habrás sido en otro tiempo? Pensé.
De pronto cambió su rostro y se puso serio, diría con un seño de preocupación, y arrancó.
- Yo le dije que quería contarle algo. Es sobre la otra noche cuando perdí el conocimiento.
- Sí, dígame, lo escucho
- Con UD sólo puedo hablar de esto. Por ello cuando lo vi entrar, me alegre, porque necesitaba contarle a alguien, pero no a cualquiera, y pensé siempre en UD.
- Bueno, soy todo “oídos”.
- Atiéndame bien, no se precipite, ¿está? (yo asentí con la cabeza para no interrumpir más). Sigue: No sé en qué momento ni cómo, si ya me había desmayado o no, o nunca me desmayé. Alguien me tomó del hombre y me llevó…
- ¿Cómo alguien? ¿Quién?
- No sé, un extraterrestre, un ángel o quizás, San Pedro.
- A ver…
- Bueno, me llevó al infierno… al infierno, ¿me escuchó? (yo mudo, diría absorto, paralizado, ¿qué cara habré puesto?) Shh, escuche y no haga comentarios.
- Pero, espere un momento, ¿Cómo era el infierno?
- A eso voy: ESPANTOSO… no sabría cómo decirle… ESCALOFRIANTE, ATERRADOR…
- Como dicen…
- No sé, pero creo que nadie se puede imaginar lo que es, nadie. UD tome lo más horrendo, espeluznante, y multiplíquelo por mil, por decir algo. Además me empecé a sentir muy mal de ver todo eso, como un fuerte sufrimiento interior…
Realmente, mientras lo contaba se lo veía muy angustiado, pero no intenté nada, y el sigue:
- De pronto y cómo si tan sólo traspasáramos una puerta, apareció el cielo.
Ahí el rostro cambió notablemente, no era tal vez una sonrisa, sino una expresión de felicidad inconmensurable… - Y ¿cómo es el cielo? Pregunté.
- UD me va a matar, pero tampoco puedo describírselo correctamente cómo es. Déjeme pensar alguna palabra que explique en una pequeñísima parte lo que es… ¿satisfacción? No sé. ¿Éxtasis? Tal vez… Goce…
- ¿Gloria?
- Lo que UD quiera. Es maravilloso, nadie se puede imaginar lo extraordinario que es. No me quería ir nunca de ahí, pero, otra vez, como cruzando de un cuarto a otro, me mostró el purgatorio, si así se lo puede llamar, ni si quiera limbo… Es un lugar donde se da una nueva oportunidad (Yo cada vez más sorprendido por lo terminante del relato). En ese sitio hay dos caminos, uno al cielo… digámosle paraíso… y otro que conduce al infierno. La gente debe optar.
- Eso es muy fácil, así se salvan todos. Comenté.
- No, porque en la senda del infierno se ve, en su entrada, todas aquellas cosas “lindas”, “fáciles”, livianas de la vida terrenal. Quiere decir que otra vez se está ante eso. En cambio, en la otra portada, están todas aquellas cosas que debimos hacer y no hicimos, o sí, y debemos volver a hacerlas o no, que tal vez sean un nuevo sacrificio… Entonces hay que elegir, es por eso que debemos rezar por esas almas, no para sanear lo que ya hicieron mal, sino para darles la sabiduría de elegir bien, el nuevo camino… la otra oportunidad o confirmar lo hecho.
Me fregué con la mano izquierda la nuca, como aliviando algo en mi cabeza. No era fácil de asumir ese relato, no.
- Es muy interesante lo que me cuenta, pero, ¿hablamos de un sueño?...
- No creo, fue muy real, y puedo seguir contando algunas cosas más, otras no debo, como a quién vi en el infierno – quedamos ambos en silencio, no soy una persona curiosa y mucho menos, chismosa, a los dos se ve que algo nos daba vuelta en la cabeza – Amigo, ¿qué debemos hacer? Me preguntó.
- Cómo qué debemos hacer, ¿qué quiere hacer?
- ¿Debemos salir al mundo a contarle cómo es la cosa…?
- Espere, espere… ¿UD me está diciendo de salir a predicar? Mire, es su vivencia, no la mía. Me parece muy interesante lo que cuenta, además de la forma que lo hizo: fue muy fuerte, pero, yo no lo vi… a ver… Todas las religiones tienen su Dios, su cielo y su infierno. Yo de esto algo entiendo. En cada religión a su vez, cada uno, tiene en cierta forma: su Dios, su cielo y su infierno. Incluso están aquellos que no tienen nada porque no creen en nada. Todos verán en UD, en mí y en nuestra prédica: una chifladura, una herejía o al menos, oportunismo. ¿Me entiende?
Parecía desilusionado o insatisfecho. Y seguí para que no se sienta mal:
- Si quiere dar un mensaje de vida, hable del bien y del mal, porque son dos términos que han perdido vigencia. Hoy da lo mismo una cosa que la otra. El éxito confunde todo, el poder corrompe todo, y las miserias humanas se intensifican arrastrándonos a lo más bajo. Escuché días pasados un sermón que decía: “Hoy no hacen falta tanto abogados, economistas, sindicalistas y mucho menos políticos. Hoy lo que necesita la sociedad, el mundo entero, son personas buenas, gente buena…”. Si quiere hacer algo por la comunidad, muéstrele el camino no el final, porque en estas condiciones pocos lo entenderán…
Y la charla siguió un buen rato…
EJS
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**Visita: http://bohemiaylibre.blogspot.com

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