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El sueño de Tololo - Por Eduardo Juan Salleras


El sueño de Tololo
APENAS ME COMPONGA, CAMBIARÉ MI SULKY

Por Eduardo Juan Salleras, 7 de agosto de 2011

Se autoriza su publicación solamente en forma completa y nombrando la fuente.


Don Humberto Tololo, solía decir: el día que me componga, lo primero que hago es cambiar el Sulky. Claro, lo que uno pensaba: pretenderá alguna camioneta. No, él quería cambiarlo por otro mejor, que ya lo tenía visto, engomado, asiento más cómodo y mejor espacio para llevar las compras; también las ventas de lo que producía en aquella granja, a una legua del pueblo. Añoraba uno con capota y éste la tenía, esencial para los días feos, de lluvia, llovizna o tan solo frío. Acurrucados ahí con la patrona y alguno de sus gurises.

¡Eh! Tololo – está el dicho que dice: ¡Ah tololo! Como decir: ¡Mira qué bien! – Le gritaban - ¡¿y el sulky para cuándo?! Y les respondía: - cuando me componga lo cambio.

Una vez fui a su chacra a comprar un pavo, o una pava, para una cena de navidad, él tenía todo tipo de bichos en esas pocas hectáreas, tal vez 3, 5, no sé. Gallinas, faisanes, gallaretas, martinetas coloradas, pavos, gansos… chanchos, chivos, vacas, ovejas, caballos… especialmente esa yegua livianita que tiraba su querido vehículo.

Vi entonces el sulky con las varas en el piso y la montura oreándose sobre él asiento debajo de un precario tingladito y le pregunté: - ¿no lo vende? Estoy buscando uno completo y el suyo así lo parece. Me respondió: - mire si lo estará que es mi medio de transporte. Con el voy al pueblo a llevar mis cositas a vender y traigo la mercadería… ¿cómo hago si lo vendo?

Le dije por qué no se compraba un auto, u otro sulky, más nuevo, y me respondió cortante: - cómpreselo UD… - El día que me componga, voy a comprarme otro que vi, muy lindo…

Y como todos, un día, Don Tololo, murió.

Ya habían pasado muchos años de aquella compra del pavo y en pocas ocasiones lo había visto desde aquel entonces.

Una tardecita, llegando a un almacén, veo colgado de la puerta, como se suele hacer, un hilo que unía unos cuantos avisos de remate. Además de alertar sobre la subasta de importantes maquinarias y vehículos, decía: por la mañana venta por cuenta y orden de Sucesión Don Humberto Tololo, se liquidarán artículos de su granja. Fue así que me enteré que había muerto.

Me apunté bien la fecha - me encantan los remates de chacra - para no perdérmelo.

Llegó ese día, se hacía en su mismo campito. Los hijos habían decidido, a la muerte de Don Humberto, llevarse la "vieja" a vivir al pueblo con alguno de ellos. Sacarla de ahí, de tantos recuerdos… y cómo no iba a ser así, si yo mismo me emocioné cuando llegué, recordando aquella visita en busca de un pavo.

Mirando alrededor de la tapera, porque su casa, modesta, había quedado así, abandonada, me parecía verlo por allí, como aquel día, en el que estuve casi una hora esperándolo que termine con sus animalitos, del señor solía decir. Uno podía llegar en un lujoso auto, vestido con la mayor elegancia y la billetera gruesa, a él no se le movía un pelo, lo que había que hacer, se hacía, y en este caso yo, apoyado en mi vehículo, mirándolo a él hacer, también observando alrededor, ese enorme mundo de la granja, un pequeño gran imperio que administraba allí, había lo que uno busque… - ¡Ey amigo! Aquí estoy yo, al rato le grité. Me respondió: – Disculpe la tardanza pero son cosas que debo hacer justo en este preciso momento que UD viene, y discúlpeme además por la tardanza de lo que todavía debo tardar hasta que termine… sino vuelva más tarde. No lo tome a mal, pero si yo no lo hago quién lo hace.

En el fondo, solamente le iba a comprar un pavo no una jaula de hacienda. Me llené de paciencia y esperé.

Todo eso recordaba mientras se acomodaba la gente para iniciar el remate. Aproveché esa espera y recorrí los artículos en subasta, dejando desde luego lo pesado, las maquinarias, y concentrándome exclusivamente en lo residual de aquella granja de Don Humberto.

Me dieron ganas de comprarme todo, cosas viejísimas que ya no se usan ni se van a usar. Herramientas, moledora y desgranadora de mano, tarros de leche de chapa…aquellos cricquets de madera para carro con un sinfín vertical… palas, horquillas, azadas, rastrillos…viejos aperos, etc. Inclusive, encerrados en los corrales y gallineros, los animales de la granja que habían sobrevivido al pillaje.

Y, debajo de aquel, ya desvencijado tinglado, tapado con una lona rota: el sulky. Me acerqué, tomé de una de las puntas del cobertor y tiré fuerte dejando libre aquel nostálgico recuerdo, viéndose como antes su montura descansando sobre él asiento, cuando se me escapó en vos alta: ¡cuando me componga lo voy a cambiar!

Fue en ese preciso momento que un hombre cerca, me escuchó, y acercándose me dijo: ¿A UD también le decía eso? Era uno de sus hijos, y se presentó.

Le pregunté qué pretendían por todo… que le haría una oferta al bulto, y me llevaba el bloque. - ¿Los animales también? apuntó el hombre, al tiempo que pensaba yo, en casa me van a matar si llego con todo ese zoológico… ¿dónde lo meto? – No creo que pueda aceptarle una oferta - ¡gracias a Dios pensé yo! - porque ya está anunciado en el remate y la consignataria se va a oponer, agregó.

En cierta forma sentí un alivio al escuchar ese freno a mi delirio.

Enseguida el rematador llamó a los presentes a iniciar la subasta. Dejé pasar los bichos, hasta llegar al sulky.

Con el martillo en la mano el martillero dijo: - no hay $ 2.000.-, no hay $ 2.000 pesos, repitió. Y silencio. Me miró y siguió: - ¿cuánto hay para UD por este sulky? - ¿Va con los aperos? Pregunté, al tiempo que me corría un nerviosismo intenso, como si estuviera comprándome un tractor de miles de pesos. – Si lo quiere completo, no hay problema (retrucó) - ¿Hay dos mil? ¿Hay dos mil?... ¿Hay 1800? ¿Cuánto hay? Y mirándome de nuevo: - ¿Cuánto hay para UD? Me eché para atrás, mientras me fregaba la pera con la mano izquierda y, entre dubitativo y avergonzado, oferté mil.

El martillero, me dijo: - póngale $ 1500 y se lo abro, vale más, UD sabe que vale más… silencio, al parecer la cosa estaba solamente entre él y yo, nadie parecía estar interesado. Jugué con eso e hice mi última propuesta que dejó a todos mudos: - ofrezco $ 3000 pero con la yegua. ¡Qué locura la mía! ese animal tendría ya 25 años o más, ni si quiera la había mirado, si estaba flaca, renga, o que se yo. – Es poco… desde arriba de una tarima me sugirió retándome, al tiempo buscaba con la mirada a alguien de la familia que lo autorizara a abrir. El hijo de Don Humberto que había estado conmigo hacía un rato asintió con la cabeza.

- Tengo entonces, por el sulky, los aperos y la yegua, 3000, 3000, 3000…tengo 3000, 3000, 3000…vamos que es barato ¿no hay nadie que de 3100… 3050?

Yo sufría como un principiante y llevo muchos remates encima. ¿Qué es lo que me ponía tan nervioso? Aunque en líneas generales los presentes seguían con el mismo entusiasmo pero sin que nadie pretendiera intervenir.

- Señores… 3000 uno, 3000 dos, y no hay seguro más nada… vendo en 3000 pesos y se fue, el sulky, la montura y la yegua.

Mi alegría era enorme y más cuando se acercó su hijo a felicitarme y a decirme que deseaba de corazón que fuera yo quién lo compre, porque le había puesto la pasión que su padre merecía, y además, refiriéndose a la yegua, resaltó que su compra fue una bicoca, ya que no era aquella que yo conocí, sino su hija, casi un calco de la madre, nuevita y mansa.

- Dígame, ¿y su padre al fin se compuso y compró aquel sofisticado sulky engomado? Me interesé yo.

- No, le quisimos comprar entre todos una chatita y él nos decía: No, no, cuando me componga voy a cambiar el sulky por uno engomado y con techo.

Murió sin componerse ni cambiar entonces aquel viejo rodado de madera, que ahora era mío, con su montura y su yegua.

En el fondo me atrapó, luego de tanta alegría, una profunda tristeza, o tal vez melancolía, porque aquel pintoresco Don Humberto Tololo, un trabajador del campo, sufrido, sacrificado… tenaz, se pasó toda su vida esperando componerse para cambiar su vehículo y la dejó sin lograrlo.

Aunque tengo la sensación que, a pesar de no haber cumplido con aquella fantasía, fue feliz, muy feliz, porque siempre tuvo un sueño, incumplido quizás, pero un sueño al fin, y tal vez de eso se trate la vida y la felicidad.

EJS

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