El problema que se plantea para los aviones es que sus radares, a diferencia de lo que ocurre con otros fenómenos meteorológicos, no detectan la situación de la ceniza. Las partículas penetran a gran velocidad en los reactores de la nave. Éstos reaccionan, detectan una situación anormal y envían instrucciones erróneas al piloto. Las señales erróneas pueden provocar respuestas erróneas y causar un grave problema de seguridad.
El transporte de las cenizas volcánicas depende de los vientos, por eso es relativamente impredecible. Para ello existen unos centros de aviso de cenizas, los Volcanic Ash Advisory Centers (VAAC), que se ocupan de estudiar la situación atmosférica diariamente y de lanzar la alarma si surgen problemas. Hay nueve centros de avisos de cenizas volcánicas en el mundo: Londres, Toulouse, Washington, Buenos Aires, Wellington, Darwin, Montreal, Anchorage y Tokio.
Una vez el aeropuerto ha recibido el aviso de los VAAC, se ponen en marcha los protocolos que permitirán a los pilotos cambiar la trayectoria del avión para evitar las nubes de ceniza. Si la densidad de la nube no permite rodear las zonas de peligro, se procede a cancelar los vuelos.
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El principal riesgo es quedarse sin motores. La ceniza volcánica puede contener partículas de vidrio y de rocas así como ácido clorhídrico y sulfúrico. Esto hace que pueda tener un efecto abrasivo sobre las distintas superficies del avión, llegando incluso a provocar la pérdida de los motores.
Además, volar a través de una nube de ceniza volcánica supone arriesgarse a chocarse contra cientos de miles de pequeñas rocas, y a la velocidad a la que vuela un reactor, el impacto de una de estas pequeñas partículas se magnifica. Las ventanas de la cabina, el borde de ataque de las alas, las superficies de control y los motores serían las partes del avión que más daños sufrirían.
El tercer riesgo consiste en volar a ciegas y sin sistemas de navegación. Atravesar en avión la gigantesca nube de ceniza volcánica que el Puyehue-Cordón Caulle ha dejado tras de sí supondría volar completamente a ciegas. Esto en sí mismo no supone ningún problema, ya que los reactores comerciales están equipados con modernos sistemas de navegación aérea, pero el efecto abrasivo de la ceniza del volcán sí podría averiar estos equipos, poniendo en riesgo la seguridad del vuelo.
Además, volar a través de una nube de ceniza volcánica supone arriesgarse a chocarse contra cientos de miles de pequeñas rocas, y a la velocidad a la que vuela un reactor, el impacto de una de estas pequeñas partículas se magnifica. Las ventanas de la cabina, el borde de ataque de las alas, las superficies de control y los motores serían las partes del avión que más daños sufrirían.
El tercer riesgo consiste en volar a ciegas y sin sistemas de navegación. Atravesar en avión la gigantesca nube de ceniza volcánica que el Puyehue-Cordón Caulle ha dejado tras de sí supondría volar completamente a ciegas. Esto en sí mismo no supone ningún problema, ya que los reactores comerciales están equipados con modernos sistemas de navegación aérea, pero el efecto abrasivo de la ceniza del volcán sí podría averiar estos equipos, poniendo en riesgo la seguridad del vuelo.
Fuente: sur54.com
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