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UN DOMINGO TÍPICO DE OTOÑO - Por Eduardo Juan Salleras


De grises y tristezas
UN DOMINGO TÍPICO DE OTOÑO
Por Eduardo Juan Salleras, 10 de abril de 2016.-

Se autoriza su publicación solamente en forma completa y nombrando la fuente

El otoño arrancó húmedo, muy húmedo.

La estación es así, aunque esta vez parece una exageración, más que humedad es lluvia importante, incesante, alrededor de 200 milímetros en pocos días, y lloviznas frecuentes sin ver el sol.

Los cultivos de verano esperan remojados el tiempo de entregar sus frutos, producto del esfuerzo de todo el estío. De seguir así peligra la calidad del grano y tal vez los rindes.

Hoy es domingo, estoy solo en el campo y, como no podía ser de otra manera, gris y de a ratos garúa.

El silencio es casi absoluto, el canto de algún pájaro que no duerme la siesta rompe con la tarde callada, porque son las 3.

Tengo cosas que hacer pero, siento que algún efecto hizo la mojada de la mañana. Es mejor cuidarse.

No dejo de pensar en cómo arrancó el año, y si digo que ya en enero sentía que algo raro se venía, quizás peque de brujo, adivinador o mal agüero. No me sentía cómodo.

Al golpe climático de febrero, se me sumaron en marzo, la pérdida de dos personas muy queridas. Cuando todo pasa en el momento que no esperamos que pase, es un anuncio de “¡cuidado!”, porque las cosas pasan.

Miro por la ventana de mi escritorio, veo el galpón, el tractor, y una serie de elementos que hacen a la vida cotidiana, a la mía. Quiero salir y no puedo porque, aunque no llegue siquiera a ser lluvia, cae una gota por acá, otra por allá… casi que las puedo contar… me pregunto: ¿salgo o no salgo? La nariz fría, el estado general más o menos, no sé. Hay momentos que deseo tener un día así, que justifique la "fiaca”, el quedarse adentro, el sentarse a escribir o a leer… o tan solo a mirar por la ventana y pensar… también de a ratos recordar.

Es un día triste, propicio para el buen desarrollo de la tristeza.

Veo a través del vidrio como se mueven las pocas hojas de las ramas que quedaron luego del tornado, bailotean suavemente, movidas por el viento que viene del rio, o del Este si se quiere, ese que no nos deja descansar del temporal.

No estoy angustiado pero sí melancólico, es que perdí tanto en tan poco tiempo… y no quiero dejarme caer en el vacío, porque allí afuera, atrás del silencio, que justo en este momento es total, escucho solamente el ruido de las teclas que golpeo en la computadora, tengo una vida que me espera, que solamente un resfrío, o esas gotas aisladas que molestan tanto… que hace frio y calor, el fondo de aire fresco y debajo del abrigo, la transpiración, me alejan de lo debido.

Es un otoño con bombos y platillos. Gris y triste, con cantidad de cosas que producen nostalgias…

… me fui a hacer algo. Le di de comer a los terneros y a juntar un poco de leña. Que pase el tiempo en esta tarde oscura. Sin darme cuenta se hicieron las 6, y el sol, aburrido, comenzó a esconderse, ¡qué sentido tiene seguir despierto si esas nubes no se correrán! Comenzó temprano el crepúsculo.

Unas tostadas, un pedazo de queso y el mate, mientras continúo el escrito… ¿qué otra cosa?

¡Qué silencio en este momento! Sé que el mundo no paró porque las hojas afuera, ventana mediante, veo que suavemente siguen moviéndose, como acunándose, para irse ellas también a dormir.

Es un buen momento para escuchar música…aunque sería una lástima acallar la nada, la calma, la paz.

¿Cuántos darían su situación a cambio de la mía? Esta quietud que apacigua mis preocupaciones, mis angustias, mi rebeldía. Es como tomarme una tregua en medio de la revolución, la que a mis años pretendo omitir pero no puedo. Vivo de tormentas o si se quiere de inquietudes, para ser más suave.

¿Por qué sentir culpa del reposo, si afuera otra vez está goteando?

Sería mejor concentrarme en lo que escribo, total, otra cosa no hay para hacer ¿o sí? Leer, mirar la tele, escuchar música… tal vez sea buena para escapar a pensar, huir de recordar todo lo que en muy poco tiempo se fue, esos viajes sin retorno tanto de los seres queridos que ya no están como las consecuencias de ese tornado de febrero que arrancó de mi vida la historia, diciéndome: “no te aferres al pasado…” nada de lo que construimos hoy nos pertenece más tiempo que el ahora… y si no, pregúntenle a los que se fueron.

No quiero entristecerme por lo que ya no tengo, ya está, no lo tengo. Quiero disfrutar de este atardecer lleno de tristeza.

Sin sufrirla, disfrutando de su enamoramiento. Sin lástima, sabiendo de su existencia irremediable, gozar de sus encantos, de su hechizo.

Una tarde gris de otoño está llena de seducciones, tal vez no tanto estando solo, aunque uno puede traer con la mente, y al corazón, a la persona deseada, al ser querido.

Esa fascinación, en un ambiente como éste, que produce la ausencia de esos ángeles de nuestra vida, que llenan de gracia los días y que a pesar de la distancia, nuestra añoranza acerca su presencia, ya sea en el vivo sentimiento de la nostalgia o del recuerdo.

Tarde gris y triste la de este domingo de otoño. Ahora escucho una paloma que canta cuando ya casi son las 7, ¿qué estará haciendo?

También en el sereno oscurecer se puede escuchar al viento, tal vez solamente una brisa pero que suena entre las ramas y las hojas, las pocas que dejó el tornado.

Mi mente acompaña el anochecer. Se reviven en mi algunas cosas, cuestiones de los sentimientos, de aquellos dañados por los hechos, lo mucho que dejó la pérdida de los seres queridos.

Las hojas del libro de la vida hay que memorizarlas porque ya nunca más volveremos a leerlas.

Si no hubiera sido tan gris y húmedo, si no hubiera goteado a cada rato, hubiera hecho lo correspondiente a mi trabajo, y así haberme evitado relatar la vida en un domingo típico de otoño.

EJS

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