Jóvenes de la nostalgia
BUSCANDO ALGO
Por Eduardo Juan Salleras, 29 de agosto de 2013.-
Se autoriza su publicación solamente en forma completa y nombrando la fuente
Mi casa en el campo es muy sencilla, de hecho tiene solamente dos habitaciones, un living, un comedor y un escritorio; dos baños y una cocina, nada más. Afuera tengo 2 modestos cuartos de huéspedes con un baño para las visitas. Luego dos pequeñas viviendas con un galpón.
Pero la vida en este casco de campo fue siempre muy intensa ya que se asemeja más a una granja que a una chacra. Ni hablar de estancia.
Hubo todos los animales posibles, hoy ya no cerdos ni lanares. Una vida intensiva de campo que a muchos marcó en lo profundo.
Ni hablar a mí familia. Mis hijas cada vez vienen más, atrapadas por las vivencias de siempre, de la infancia y la adolescencia.
Una sobrina que pasó varias jornadas en La Margarita en sus primeros años, durante las vacaciones de invierno o verano, nos visitó días pasados, con su hijito para que él pueda grabar también en los recuerdos, en un lugar de privilegio, imágenes y sentimientos de su niñez.
Igualmente, la hija de un entrañable amigo, vino a vernos con sus hermanas menores, hace una semana, y les contaba a ellas con todo entusiasmo, lo que significaba ese lugar en su memoria: el gallinero, los terneros a mamadera; los perros, miles; los gatos otro tanto. Las vacas mansas pululando entre todos, totalmente domesticadas…
Claro, debe impresionar tanta naturalidad de la naturaleza.
Hay como una búsqueda nostálgica en gente joven de lo pasado, por lo tanto no tan atrás en el tiempo, como pretendiendo encontrar desesperadamente lo bueno que en algún momento tuvieron, tal vez por sentirse negados a un futuro mejor, o solamente por una cuestión de edad, o quizás, porque realmente se vivía distinto.
¿Qué ganamos por renunciar a ello? No sé.
La nostalgia, a veces, nos juega una mala pasada… o maravillosa. La diferencia está en cómo la vivimos.
Veo que, tanto jóvenes como mayores, miran mucho en el pasado, como buscando algo, no únicamente explorando un sentimiento nostálgico, sino como una necesidad de vida.
¿De qué hemos hecho nosotros el futuro? A pesar de los adelantos tecnológicos que hoy nos maravillan y nos dan bienestar, de los que no renunciamos demasiado, aunque nos crean algunas dudas, vivimos hurgando en el pasado, o mejor dicho: en lo que tuvimos… y ya no tenemos, a pesar de la modernidad, de los avances de la ciencia, no lograrnos repetirlos.
Hay algunos ejemplos que son solamente antojos. Yo no reniego de la luz eléctrica queriendo volver al farolito a querosén, con el que conviví bastante… el costo de la energía eléctrica para los del campo es altísimo. Parece un castigo por pretenderla como parte de una mejor calidad de vida.
Todos salieron a cambiar sus televisores por esos rectángulos chatos, unos le dicen plasmas, LCD, etc. porque tiene mayor nitidez de pantalla. Me decía un amigo: ver un partido de fútbol así es totalmente distinto. El problema está en que hoy, lo encuentros de cada fecha son horribles y encima mal tomados por las cámaras. ¿Para qué, entonces, mayor nitidez?
Estos ejemplos descolgados sirven para mostrar la diferencia entre lo importante y lo accesorio, o el costo de acceso a una mejora.
En la vida muchas veces abandonamos lo esencial para dejarnos llevar por los adornos, por lo superfluo. O en su defecto, le damos importancia al agua de mar que juntamos entre las manos y no a la que tenemos segura en el balde.
Después vienen los lamentos o las negaciones, en particular éstas nos impiden siempre corregir el rumbo y salir de las frustraciones.
En mis tiempos de niño, no había calefacción en el aula, en un colegio pago, sí un par de radiadores que muy rara vez se encendían. Ambientes inmensos con techos muy altos y nadie se quejaba. Eso sí, la educación era muy buena y eso es lo importante.
Recuerdo los actos en invierno en el patio del colegio, nosotros con pantalones cortos y las rodillas moradas por el frio. Derechitos, inmóviles, atendiendo largos bodrios pero con respeto.
Y llegué al menos hasta aquí, entero.
Claro en mi adolescencia era muy raro, casi diría sofisticado, el uso de drogas, ni siquiera marihuana. Y a ellas llegamos en pos de la libertad, sin embargo, la mayoría que las usa, queda presa de su adicción - o al alcohol, o al juego (no existía la enorme oferta “timbera” de hoy).
Igualmente pasa con el exceso de consumo. Formamos parte de una sociedad que nos invita continuamente a gastar, a tener cosas materiales, dejando en muchos casos poco espacio a lo espiritual, a las necesidades del sentimiento. ¡Qué austeros vivíamos de niños antes! Incluso nuestra descendencia, especialmente viviendo en el campo, alejados de las ofertas de lo innecesario. Cuántas veces vi a mis hijas de niñas jugando con barro, haciendo casitas en los árboles, usando lo que ya no se utilizaba en el hogar como chiche.
Todo lo cambiamos por juegos electrónicos, la tele, y gastar y gastar.
Es entonces que reaparecen las visiones de lo que tuvimos y la imposibilidad de hacer algo parecido hoy. ¿Cuáles son las limitaciones?
No sé si lo hecho ahora lo veremos con anhelo en el futuro. Tal vez sea mejor así.
Esto es tan sólo un aviso, no una promoción de viaje y excursión hacia lo pretérito, sino una luz de alerta sobre cómo se vive el presente y cómo se construye el porvenir.
Es bueno mirar al pasado como un grato recuerdo de lo que fuimos o tuvimos. En cambio es malo posicionarse en él porque no hemos sabido resolver lo actual ni construir una esperanza para el mañana.
Quizá de eso se trate.
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