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Siempre que llovió, paró. - por Eduardo Salleras


Entre desilusión y tristeza
SIEMPRE QUE LLOVIÓ, PARÓ
Por Eduardo Juan Salleras, 2 de noviembre de 2012.-

Se autoriza su publicación solamente en forma completa y nombrando la fuente

Dice el dicho: siempre que llovió paró, gracias a Dios después de un mes de mucha lluvia y húmedo, salió el sol.
Aquí estoy, sentado en el parque tratando de entender…
Sufrí últimamente desencantos, por momentos desazón y encima perdí dos seres queridos, uno por la lógica del tiempo y el otro, producto de lo impensable. Aún repaso sin poder entender ciertas cosas de la vida y de la gente.
En medio de la lluvia me sentí desilusionado y triste.
Pero siempre que llovió paró y sentado aquí al sol, con un cielo celeste fuerte, en silencio, si se puede decir así cuando los pájaros cantan enloquecidos a mí alrededor, haciendo un esfuerzo enorme por cambiar mi ánimo y llamar la atención, descubro lo que seguramente hace unos días que ocurre, como todas las primaveras, llegando a noviembre, los ligustros nevados de flores blancas y su aroma bailoteando en el ambiente, pretendiendo seducir a mi olfato.
Toda la naturaleza habitual a mí alrededor, como todos los días, dándome una razón para seguir, y preocupada el último tiempo por mi entusiasmo.
Además de los problemas personales, se hace cada vez más difícil respirar en mi patria, siento como un ahogo social y político, diría que me harta ya.
Pero, cada vez que llovió…
Siempre hubo días grises y soleados, el barro es molesto pero asegura para mañana la humedad que necesita el suelo para producir. Es la bendición de los campos altos aunque la preocupación de las tierras bajas. Un mar de agua se ve por todos lados, tal vez aún no muy profundo – yo lo miro desde arriba – que sorprende y avisa.
Aunque ese no es mi problema, lo que sí me aqueja, además de la desilusión y la tristeza, en vida y en muertes, las pérdidas físicas o sentimentales, es el tiempo que se va. Quedan 60 días para que se termine un año frustrante en lo general, plagado de violencia, crispación, malhumor, intolerancia… pero se dice que cuando llovió…
Entonces, poniéndome de pie, si puedo, debo hacer el esfuerzo para que estos últimos 2 meses sean tremendamente positivos, al menos en lo personal, rezándole a Dios para que proteja a nuestra Patria de sus dirigentes.
No puedo dejar pasar por alto lo que ya tengo, que es mucho, y si fuera poco, lo poco, pero que tengo. La vida nos da y nos quita, y lo que no nos quita, muchas veces lo perdemos nosotros, aferrados en mente a los que ya se nos quitó o perdimos.
Y como hay noches con estrellas y luna, las hay cerradas y oscuras, ninguna dura más que otra, hay que aprovecharlas o adaptarse.
No debo permitir que se malogre más nada en lo que queda del año. Todavía hay personas importantes a mí alrededor: mi familia, amigos, y gente que sin llegar al punto de la amistad profunda, tengan más merecimientos que otros que hicieron culto del afecto.
Es imperdonable que cerremos las persianas cuando hay sol, luna o estrellas, y una buena temperatura. Cerrar para no escuchar los pájaros cantar o ser indiferentes a las fragancias de la primavera o a esa brisa suave que acaricia el ambiente.
Se ha puesto difícil mi Patria, está cada vez más lejos de mí… casi diría que a pesar de su belleza no puedo disfrutarla, es como que envejeciera siendo muy joven aún, es como aquel artista que raja su tela al finalizar su obra o le da de martillazos a su escultura… “parla”.
Pasó más de un mes sin que haya publicado un artículo, tal vez por la desilusión, el desánimo o la congoja. Si bien seguí escribiendo para mi algunas cosas, producto de mi estado, las que no hubiera sido acertado publicar. Lo curioso es que nadie notó mi ausencia del “papel”. Nadie al menos me lo hizo saber. Entre varios miles alguien pudo preguntar por mi suerte, por mi salud, o tan sólo especular: ¿habrá sido prohibido o comprado? Ni siquiera aquellos que de tanto en tanto me dicen gustarles mis escritos.
Para un escritor ser leído es importante aunque no siempre se escribe para ello. Muchas veces lo que uno busca es deshacerse de algunas cosas que dan vueltas adentro.
En procura de no destruir mi autoestima especulo en que esa indiferencia hacia mis publicaciones puede ser producto del estado anímico de la sociedad, que se encierra en sí misma en un acto que va desde el individualismo al egoísmo. Ese comportamiento autista, tan distante a la conducta ciudadana deseada o aconsejable, nos hace vivir ajenos a todo lo que no nos incumbe directamente.
Y es en el fondo el efecto deseado por nuestra dirigencia, vernos atrapados en nuestro pequeño mundo.
Ya que se hace tan difícil ser feliz en el agobio, debemos aprovechar los minutos de felicidad que logramos conseguir, sobretodo de aquellas cosas más pequeñas que muchas veces dejamos pasar por alto por mínimas. Especialmente en el tiempo, ya sea corto, porque sumados pueden lograr un buen lapso de bienestar al final del día.
A veces dudo si estoy donde quiero estar… esta sociedad saqueada desde lo moral y lo espiritual por lo político, destruyendo la unidad común: la comunidad, esa comunión patriótica natural de los que viven bajo el mismo cielo – divide y reinarás – es lo que incomoda a la gula del poder.
Más allá de haber perdido seres queridos, de sentirme profundamente defraudado en algunas circunstancias y maltratado por los que gobiernan mi patria, debo seguir escribiendo, en el intento más heroico de sobrevivir. Es el mejor aporte que puedo hacerme o hacer a los demás.
Este año tuve la visita en mi parque de un nuevo trovador. Nunca antes lo había escuchado ni visto. Su canto, una variable de tonos altos y bajos, no pueden pasar jamás desapercibidos. Sobresale incluso de entre el trinar de todos en las mañanas y las tardecitas. El zorzal es la novedad, entre gamas de colores y aromas de las flores del jardín.
¿Qué más?

EJS

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