El bien diario
Por Delfina Acosta
Desde pequeña supe que mi destino sería la poesía. Es decir, las letras en su conjunto. Pasado un tiempo y habiendo ya escrito cierta cantidad de libros, supuse que la poesía es buena para el alma, pues lleva en sí la belleza y el ritmo. Sin embargo, enterada de cómo sufren frío los niños indigentes en las calles, me dije y me digo que no puedo limitarme a hacer poesía solamente. Pienso que ningún ser humano que se cree digno y bondadoso puede permanecer indiferente ante las escaras que se van formando en la piel de los chicos que padecen frío, desnutrición, malos tratos.
El fracaso de la vida cotidiana en muchos individuos se da cuando empiezan a volverse indiferentes ante el dolor de los demás. La indiferencia es un mal que permanentemente ocupó un lugar indeseable dentro de la sociedad, a pesar de que hay buenos puntos de partida para que los seres humanos encaminen sus pasos hacia un futuro esperanzador y solidario.
Habló Jesús en estos términos: “Porque tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve sed, y no me disteis de beber; fui forastero, y no me recogisteis; estuve desnudo, y no me cubristeis; enfermo, y en la cárcel, y no me visitasteis”.
Dijo lo preciso, no hay nada más que agregar, supongo. Y sin embargo, habiendo tanta desbandada de sentimientos como hubo, hay y habrá en el corazón del hombre, las personas siguen permaneciendo lejanas al sufrimiento ajeno.
Creo con firmeza que uno debería hacer el mayor bien posible a los desprotegidos sin aguardar recompensa. En nuestras buenas acciones se refleja cómo somos realmente ante los ojos de quienes nos critican.
Hay cierta emoción que nos libera de muchas cargas cuando practicamos la bondad. Y, en contrapartida, si nos embelesamos con nuestro egoísmo, estamos albergando cientos de niños enfermizos y friolentos en nuestros pechos.
Es demasiada la gente que ha llegado ya a una edad madura y todavía no sabe mínimamente lo que es amar. Esa gente tiene títulos académicos, ha leído a célebres pensadores y exitosos escritores que la humanidad ha parido, pero no termina de encontrar el camino o la manera de ser y de actuar para justificarse ante la humanidad. Y esa gente te sale al paso con frases de carácter metafísico y filosófico que dan cuenta de un nivel superior de razonamiento, mas debería saber (por sobre todas las cosas) que el gran motor que mueve al mundo es el amor.
Si en el mundo hubieran más hombres y mujeres que pusieran en práctica el amor hacia el prójimo, el necesitado entre los necesitados, los amaneceres serían distintos. No nos entristeceríamos con la sorpresa (transmitida por los diversos medios de prensa) de que algunos niños harapientos han sido hallados en estado de drogadicción y de desnutrición en determinados sitios de la vía pública.
Ocurre que no son muchas las personas de buen corazón dispuestas a hacer algo para cubrir las necesidades y el desamparo. La pobreza es la luz roja que los seres humanos deberían ver con los ojos bien abiertos.
Miles de hombres y mujeres disputan por asuntos superficiales y naderías.
Creo que son demasiados la pobreza y el abandono en que viven cientos de familias carenciadas para dar ocasión a tanta superficialidad.
La dirección sana del mundo es el mismo bien.
El mayor bien posible que se puede hacer por el prójimo, ahora, que aún no es tarde, debería hacerse.
Delfina Acosta
abc Paraguay
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