microrrelato de Daniel Aníbal Galatro - noviembre del 2011
Había pocos espectadores y casi todos eligieron sentarse en las butacas del centro. Detrás de ellos, el resto. Delante de ellos, nadie. Las diez primeras filas del Auditorio estaban absolutamente vacías.
Él ya había decidido antes de entrar cuál sería su lugar. Y hacia allí continuó con paso decidido.
Cuando estaba exactamente en mitad del pasillo alfombrado, un haz de luz viajó desde el proyector hasta la pantalla. Con él llegó la música inundando todos los espacios con acordes suaves pero penetrantes. Así él pudo descubrir con la mirada que el espacio elegido no había sido hollado.
A su derecha, algunos rostros dirigidos a las imágenes que habían comenzado a sucederse allá en el frente lo obligaron a echar un vistazo sin demasiado interés. Pudo ver varias personas conocidas que no notaron su presencia. Y no dijo una palabra.
El último tramo lo recorrió como si estuviese solo. Las butacas que se desplegaban a los lados y en el centro del lugar restante estaban absolutamente vacías. Tal cual él lo había deseado.
En el preciso asiento que marcaba el punto medio de la primera fila pudo sentarse sin casi ser observado. No miró hacia atrás, solamente hacia la pantalla en la que los títulos continuaban concitando la atención de todos los demás y ahora también la de él.
Allí, como un Robinson Crusoe poblando un islote de los cientos que se alineaban cubriendo el piso del Auditorio, rodeado por un racimo importante de otros inhabitados, se sintió en paz.
Y no dijo una palabra.
Porque en ese momento, en ese lugar y en esas circunstancias, nada había para decir.
Daniel Aníbal Galatro
Esquel
Noviembre 2011
Para Alex, con afecto
No hay comentarios:
Publicar un comentario