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Recuerdos de mi muerte - Apunte 8 - Ludópatas y casinos


El actual Casino de Esquel, realmente magnificente pero seguramente odiado por el Dr. Richardson (si éste existiera)

El de la imagen es el actual casino de Esquel. Para el tiempo de mi experiencia todavía, creo, funcionaba en el local de Ameghino casi 25 de Mayo. De todos modos, en la llamada "realidad", había en la ciudad solamente un casino. No así en mi "sueño". En esa circunstancias, los casinos eran tres.

El Dr. Richardson, dueño de la clínica y del gran hotel, como les conté, odiaba los casinos porque los consideraba, y no estaba equivocado, caldo de cultivo de ese germen conocido como"ludopatía", capaz de arruinar vidas y haciendas no solamente de los poderosos sino de la gente humilde que creía que con los juegos de azar podría "salir de pobre".

Ese médico así lo expresaba alguna vez que yo circulaba cerca de él, y se lo repetía a todo el mundo.

En mi historia, Richardson había creado una forma de satisfacer con un placebo esa desesperación por el juego que muchos esquelenses manifestaban. Había creado una especie de bingo o lotería que se vendía a las personas en por lo menos tres lugares que recuerdo. Uno de ellos estaba en el hall del hotel, a la derecha de la puerta principal. Los otros dos eran hermosos locales vidriados situados sobre la Av. Alvear.

Allí se veían los billetes en venta, junto a otros elementos que los acompañaban tales como teléfonos celulares y cámaras digitales. Eran hermosos locales que atraían la atención de los transeúntes y varias veces vi en ellos unas cuantas personas esperando turno para adquirir su numerito.

Pero no eran lo que aparentaban. Porque si bien los billetes se vendían como en cualquier lotería que conocemos, todos los números tenían premio. Saliera el que saliera en el sorteo, el titular de uno de esos cartones ganaba exactamente lo mismo que había gastado al comprarlo. No había premios mayores ni menores preestablecidos. Cada uno recibía exactamente lo mismo que había pagado. Y así, sin perjuicio económico, participaba del juego y tranquilizaba su espíritu ludópata.

Por supuesto, había una publicación de los números favorecidos en el sorteo para que el jugador viera si había acertado, aproximado o fallado en su pálpito.

El médico filántropo se hacía cargo de todos los gastos: alquiler de los dos locales ajenos, pago a las empleadas que vendían los billetes, impresión de los mismos, etc.

Pregunté qué le parecía eso a los esquelenses y me respondieron que lo disfrutaban como si realmente se tratara de algo que podría darles ganancia. Había una especie de complot entre los vecinos y el doctor Richardson, y eso permitía que menos gente concurriera a los otros casinos en los que sabían que podían ganar unas pocas veces y perder las más de ellas.

Me hubiese gustado jugar un billetito y así se lo comenté a Olga, pero por esos días tampoco en mi delirio tenía un peso de más para invertir porque estábamos viviendo "al día" y no podíamos esperar a recuperar el dinero invertido aunque lo recibiésemos 24 ó 48 horas después.

Quizá mi amigo Luis, el psicólogo, podría explicar por qué puede una mente generar una situación así. Lo que me hace creer que no se trató de una imaginación alterada por la morfina es que mi creativa imaginación no da para tanto. Yo mismo me sorprendía de lo que me parecía ver y que me resultaba totalmente ilógico. Pero todavía tengo en algún rincón de mi cerebro las escenas que espiaba desde la vereda o en el hall del hotel, en las que simpáticas señoritas atendían con una sonrisa a lo compradores de billetes, como si de verdaderas casas de loterías se trataran esos lugares.

Y recuerdo que, extrañados, Olga y yo nos decíamos cuánto de rara tenía esa situación, concluyendo que eso solamente podía pasar en Esquel.

Creo que esto lo "viví" en no menos de tres o cuatro "salidas" de paseo por los alrededores de la Clínica. Pero no fue, de todos modos, lo más sorprendente que me ocurrió. Y por eso vendrán más apuntes para compartir.

Gracias por sus comentarios permanentes. Ya que me animé a escribir estos recuerdos, y como decía un célebre periodista, "no me dejen solo".

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