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Recuerdos de mi muerte - Apunte 26 - Un barrio sorprendente


Antes de que me acompañen a visitar el lugar, debo ponerlos en antecedentes sobre un tema que me preocupaba ya cuando todavía no me había sucedido el percance de salud.

Desde que habíamos llegado a Esquel en Abril de 2008, y agravado por las circunstancias graves de la erupción del volcán con su caudal de cenizas cubriendo el pueblo, seguida de una nevada realmente importante, nuestro problema más acuciante era conseguir un lugar donde vivir.

Si bien acabábamos de alquilar en Diciembre 2008 el departamento que aún hoy habitamos, cuando caí en brazos de la anestesia inicial y del coma inducido posterior esa inquietud parece haberme acompañado en mi experiencia fuera del cuerpo.

En el hotel de Richardson, transitando hacia el centro de cómputos por el pasillo junto al mostrador de la recepción, al final de éste veía un equipo de radiocomunicaciones. Una vez, mientras conversaba con un par de empleados de ese sector, me acerqué por el lado del aparato que quedaba opuesto al que veía quien transitaba por allí.

Así pude ver un "volante" de publicidad pegado contra el metal , anunciaba una oportunidad inmejorable en la venta de terrenos situados en una nueva urbanización. Las cuotas eran variables, dependiendo de los gastos e inversiones que realizaran cada mes, pero me parecieron accesibles. Y terminaba señalando que ese nuevo barrio, a ser construido por una empresa que comenzaba el el apellido de alguien que yo conocía y apreciaba, el arquitecto Moreno Lacasa, y continuaba con otro u otros nombres a los que no presté atención, estaba ubicado sobre la calle Córdoba.

Pregunté a los empleados si sabían dónde estaba ubicado el lugar, ninguno de ellos tenía la menor idea de si existía una calle con ese nombre y, mucho menos, dónde la podía encontrar. Pero creo que uno de ellos mencionó que al final de la avenida Ameghino, donde terminaba el Esquel urbanizado, había unos grandes carteles que indicaban que algo iba a construirse allí.

Por eso decidimos que, luego de visitar el taller mecánico que utilizaba el hijo del doctor, aprovecharíamos para visitarlo pues quedaba muy cerca.

Salimos de local de Elvira con rumbo más al noreste, siguiendo la avenida. Ésta terminaba contra un bosquecillo que no era de pinos sino de otros árboles muy altos. Allí también finalizaban las viviendas sobre la mano derecha y había una calle transversal que formaba un "T", en la que se veían unos agradables "chalets" sobre su lado izquierdo, frente al nuevo emprendimiento.

Pero el indicador no decía "Córdoba" sino que mostraba una chapa con el nombre "Robertson" y, más allá sobre la misma calle, otra con el nombre "Humphreys".

Decidimos preguntar a unos vecinos. La mayoría, y para mi desagrado, no tenía idea de cómo se llamaba la calle en la que vivía, pero un señor mayor se acercó y nos dijo que, pese a que él vivía allí desde hacía muchos años, el problema era que se trataba de una zona a la que hacía poco habían comenzado a organizar desde el municipio, y que cada vez que cambiaba el intendente, por algún motivo rebautizaban todo.

Recordaba que alguna vez se había llamado "Córdoba" y quizá fuera éste su nombre nuevo.

Nos acompañó a ver los terrenos. Llegamos a la esquina de Ameghino y, digamos, Córdoba. Me detuve y eché un vistazo al lugar porque presentía que allí viviríamos en el futuro. A mano izquierda no había casas o las ocultaban los árboles, salvo una construcción que estaba a unos 200 metros, cerrada del lado que daba hacia nosotros por un paredón de unos 3 metros de altura.

Por encima asomaban las cabezas de dos elefantes y el cuello y la cabeza de una jirafa. Los tres animales nos miraban tan interesados como yo estaba los miraba a ellos, aunque quizá más pues no se me ocurrió acercarme a ellos. Observen la fotografía adjunta pero imaginen que ven estos elefantes desde bastante más lejos.

Nuestro acompañante mencionó que era "el zoológico de Esquel" pero que se había convertido en un verdadero desastre pues nadie lo cuidaba como correspondía. Y volvimos a prestar atención a la nueva urbanización.

No comprendía realmente cómo era. En el cartel de la obra, de unos 5 por 5 metros, se veía un diseño en perspectiva con manzanas (blocks) que en escala correspondían a los tradicionales cuadrados de 50 metros de lado. Pero al mirar el predio noté que tenían, sí, 50 metros de frente pero solamente 10 metros de fondo.

Y había cinco o seis lonjas así marcadas en el suelo junto con las futuras calles interiores.

Como si fuese lo más natural del mundo, el hombre me dijo que no me hiciera problema porque cuando comenzaran a lotear y construir las viviendas, las manzanas se estirarían hacia el noreste hasta tener también unos 50 metros de fondo. Me sugirió que observara que en las parcelas que ya estaban vendidas y habían comenzado a hacer las bases de las casas, eso ya había ocurrido.

Todo me pareció muy extraño pero estábamos tan necesitados de conseguir un lugar propio en el que vivir que decidimos que todo era posible y tomamos nota de la dirección de la inmobiliaria que figuraba en el cartel.

No recuerdo que regresáramos al centro por lo que creo que allí me desperté y terminó ese "capítulo" de la historia.

Mientras caminábamos juntos por el lugar, el hombre nos contó también que conocía a los Robertson-Richardson porque por allí estaba su chacra desde hacía muchísimos años. Y trajo desde su casa una fotografía en blanco y negro algo borrosa en la que se veía los abuelos del médico: un hombre de baja estatura vestido con un gastado overol junto a una señora algo más alta que él que lucía un vestido floreado con un delantal blanco, ambos muy prolijos.

Sabía del cambio de apellido, de la carrera brillante que en la medicina y en los negocios había hecho el nieto, pero que éste nunca visitaba ese lugar de sus ancestros.

Esas armas pensaba yo utilizar para convencerlo de permitir que su hijo siguiera su vocación y no obligarlo a estudiar medicina o a ocuparse del hotel.

Pero ese será tema de un próximo apunte, si Dios y mi memoria me lo permiten.

Un saludo afectuoso.

Daniel Aníbal Galatro



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