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Recuerdos de mi muerte - Apunte 25 - Un domingo especial



En esta extrañamente prolongada y multivariada experiencia en la frontera entre la vida y la muerte, hubo un "día" especial. Fue, como ya relaté, un domingo en el que, contra sus hábitos ya tradicionales, el Dr Richardson (ex Robertson) organizó un "especial" de su show en el que analizaba públicamente las historias clínicas de algunos pacientes. Así comenzó una jornada que nos llevaría luego por otros rumbos, uno de los cuales lo muestra la imagen.

Ese evento que normalmente tenía lugar de lunes a viernes, según alguien me había dicho, convocó esa mañana mayor cantidad de observadores, tanto esquelenses como turistas.

Los ayudantes trasladaron toda la escenografía necesaria: un par de estanterías, un escritorio, una mesa con elementos de laboratorio, etc. Fue instalada bajo el alero del gran hotel, casi pegada a la pared del mismo, a la izquierda de las puertas de entrada, es decir, como siempre se hacía.

Era un día soleado, agradable supongo pues yo miraba todo desde una ventana de la sala en que estaba internado en la clínica, cruzando la calle Sarmiento.

No faltaron los periodistas del canal 4 ni de las FM locales, convocados por el médico en un número algo mayor que la acostumbrada. Parecía que algo especial iba a pasar en esta oportunidad.

Los hijos de Richardson estaban sobre la 9 de Julio, en el sector de la verja de troncos que quedaba entre el ingreso al lugar y la pared medianera con la casa vecina. El muchacho vestido como siempre de sport sencillo, con su camisa leñadora y su pantalón de jean. La chica, muy "producida" en su look mixto con los elementos punk, góticos, etc. que habitualmente lucía, acompañada por una de sus amigas, de aspecto similar aunque menos llamativo.

Apareció el profesional con su impecable guardapolvo blanco seguido de Elvira con una pila de carpetas. No se apartó de la rutina acostumbrada, leyendo una por una las historias clínicas, observando las radiografías y tomografías, aunque no recuerdo si realizó esos análisis clínicos rápidos que yo había visto en otras oportunidades.

Al terminar, mientras los operarios volvían a ingresar al hotel todos los elementos utilizados, Richardson se acercó a la entrada al predio y habló algo con sus hijos. Luego caminó unos pasos por la vereda y pronto lo rodearon algunas personas entre las que me sorprendió ver a Olga. El médico conversó con ellos un par de minutos. Nunca supe de qué había hablado con mi esposa pues no recuerdo habérselo preguntado después.

El público de fue alejando en silencio mientras el doctor ingresaba nuevamente al edificio.

Cuando Olga volvió a la clínica yo ya estaba vestido para la salida que teníamos programada: visitar el taller para saber más sobre el chico, sus actividades motociclísticas, etc. Además íbamos a aprovechar para ver esos terrenos que vendían con planes increíblemente convenientes de los que ya les diré más en otro apunte.

Caminamos por 9 de Julio hasta Fontana y por esa avenida llegamos a su esquina con Ameghino.

Cruzamos el puente sobre el arroyo que ya describí y comenzamos a recorrer el trayecto rumbo al noreste. Como en todas mis salidas por Esquel no vi montañas en los alrededores. El terreno se veía llano, aunque muy arbolado en ciertos sectores, con ejemplares realmente altos, de más de cuatro o cinco metros.

La avenida Ameghino dejaba de estar pavimentada justamente al cruzar el puente. Luego era de ripio, mostrando construcciones solamente a mano derecha pues de otro lado eran predios no bien delimitados, salvo un par de ellos que no estaban contra esa ruta sino a unos cien o doscientos metros hacia el norte.

Luego de caminar algo menos de un kilómetro, calculado leyendo las indicaciones numéricas en los frentes de las casas, llegamos creo a la altura del 1800. No podíamos contar las cuadras pues allí no había calles transversales definidas.

A esa altura se encontraba la casa de Elvira y a continuación los dos locales que mencioné: el taller mecánico y el salón cerrado. Entre la avenida y estos últimos había una especie de lugar de estacionamiento.

Ingresamos al lugar pidiendo permiso en voz alta porque no veíamos a nadie. Aparecieron tres personas a recibirnos: una chica de unos veinte años y dos hombres vestidos con overoles de mecánicos.

En el lugar había un solo automóvil sobre una fosa. Nos dio la impresión de que estaba siendo preparado para competir aunque lucía algo antiguo y deteriorado.

El hijo de Richardson ya se había ido, según nos dijeron, porque participaría de una carrera de motos, creo que en el circuito de los lagos. La chica se comunicó varias veces con él a través de un teléfono celular para asegurarse de que todo estaba bien. Pero luego esos contactos se interrumpieron porque, según nos explicó, donde estaba el muchacho ya no había "señal".

Estaba molesta aunque nos dijo que iba a solucionar esta cuestión pronto porque había cambiado su intención de viajar de paseo a Europa y gastaría ese dinero en comprar una PC como la del hotel. Allí nos enteramos de que costaba 66.000 dólares. Cuando le llegara el equipo, lo utilizaría en montar una emisora de radio que le permitiera, entre otras cosas, transmitir las competencias de motos y automóviles que se realizaran en la comarca. Entonces no tendría ya más ese problema de malas comunicaciones.

Hablamos con uno de los mecánicos, un hombre de unos cuarenta años, acerca de las intenciones de Richardson Jr. relativas a ser piloto de TC. Nosotros le comentamos que sabíamos algo y que queríamos ayudarlo.

En ese momento entró Elvira al taller, como ya relaté en otro apunte, recorrió un poco el lugar acomodando algunas cosas en el sector del fondo en el que se encontraba una mesa larga, estantes y diversas herramientas, y volvió a salir. Aunque estaba junto a su casa y no en la clínica ni en el hotel, vestía su eterno guardapolvo celeste.

Por allí, en el lugar de las herramientas, estaba el otro mecánico que no tendría más de 25 años. Creo recordar que su colega y la chica no lo llamaban por su nombre sino que le decían "Mono" o algo así.

Compartimos unos mates, utilizamos el baño del taller y luego continuamos nuestro paseo rumbo al noreste, en busca de una calle llamada Córdoba que nadie parecía conocer. Allí estaban los terrenos que nos interesaban, unas hectáreas "con vida propia" y el zoológico de Esquel con, al menos, dos elefantes y una jirafa.

Pero ése será el tema del próximo apunte. Como también lo que yo había escuchado por radio, creo, con respecto a los casamientos en la Parroquia que podían pagarse en cuotas y debíamos aprovechar sin demora.

Mientras tanto, ya que no quiero pecar de desagradecido, mis entretenidas aventuras extracorpóreas se daban al mismo tiempo que una realidad dura pues el Daniel que todos conocían luchaba por su vida en una cama que por entonces ya no debía ser en Terapia Intensiva sino en la otra sala común para pacientes post quirúrgicos. Y mi amada Olga era sacudida por los altibajos de mi estado de salud física y los extraños comportamientos que mostraba cada vez que, de alguna manera, recuperaba la conciencia.

Gracias por continuar estimulándome en estos apuntes de mi experiencia. Ya no queda mucho, pero sí creo que les interesará saber cómo termina, si es que alguna vez finalizó del todo.

Un saludo afectuoso.

Daniel Aníbal Galatro






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