A punto de salir a Bolsa –y con pronósticos de que recaudaría cien mil millones de dólares–, Facebook, la red social más exitosa, sigue pulverizando récords. A punto de alcanzar los mil millones de usarios, plantea incógnitas sobre su concepto de la privacidad y se basa en su aparente gratuidad: en realidad, la mercancía que lo vuelve atractivo somos nosotros mismos.
Por Pablo Capurro
11/02/12 perfil.com
Más de 850 millones de personas utilizan Facebook. Cerca del cincuenta por ciento de los usuarios de Internet en el mundo forman parte de esta red social. Según cálculos propios, a fines de 2012, Facebook superará la barrera de los mil millones de usuarios. Y, aunque esta analogía sea muy repetida, es útil para ilustrar la dimensión de su alcance: si los usuarios de este sitio fuesen todos habitantes de un país imaginario llamado “Facebook”, éste sería el tercer país del mundo en cantidad de habitantes, detrás de China y de la India.
Fundada en 2004, con más de 3 mil empleados en la actualidad en su plantilla, Facebook se prepara para hacer su primera oferta pública de acciones, en la bolsa de los Estados Unidos, por 5 mil millones de dólares, con una valuación que supera, según diferentes analistas, los 80 mil millones de dólares.
¿Cuál es? ¿Por qué vale tanto? ¿Cuál es el negocio de Facebook? El negocio es la información. El dominio y la manipulación de la información son el principal activo y el gran motor de la economía on line. Internet ofrece gratis lo que el mundo estaba acostumbrado a cobrarnos. Aunque nada en realidad es gratis.
Es casi una verdad de perogrullo decir, a esta altura, que la mercancía que se comercia, a cambio del servicio, somos nosotros mismos. Una reconocida frase nacida, supuestamente, en una discusión en un foro on line, dice: “Si no estás pagando, no sos el consumidor; sos el producto que está siendo vendido”.
A cambio de que nosotros utilicemos nuestro mail, una plataforma para compartir fotos o cualquier red social, sin pagar, ciertamente estamos abonando el servicio con la información que, sobre nosotros mismos, suministramos. Nuestras relaciones, nuestros hábitos y nuestros intereses: la información y el dominio de esa información son, desde el principio de los tiempos de Internet, el negocio que sustenta buena parte del universo digital. Y es la publicidad la que pone en valor dicha información, un negocio que representó para Facebook, en 2011, más de 3.700 millones de dólares de ingresos.
Internet llegó para redefinir, sin que estuviera entre sus objetivos, industrias y modelos de negocio. Y también, a un ritmo frenético, culturas, hábitos y conceptos, como el de la privacidad. Hoy no entendemos por privacidad lo mismo que hace diez años. Como en Casa tomada, el famoso cuento de Julio Cortázar, Internet avanza sobre nuestros antiguos cuartos privados hasta terminar de despojarnos de lo que entendíamos como nuestra privacidad. (Dejamos para otro capítulo la rica discusión sobre si la privacidad es un derecho en sí mismo o un valor pasible de ser olvidado). Lo que resulta innegable es que los alcances y límites de nuestro mundo privado han cambiado, que nuestra esfera íntima es más pequeña que antes. A veces, por decisión propia (subir fotos en Facebook); otras veces, por decisiones ajenas (un amigo sube fotos nuestras), brindamos información que alguien, de alguna manera, buscará monetizar.
Yo te avisé. Y no podemos decir que Internet no nos avisó. Fundada en 1998, Google anticipó que su misión era la de organizar la información del mundo y hacerla universalmente accesible y útil. Y es a eso a lo que se dedican, en cada proyecto, en cada servicio o producto que lanzan, incluso cuando investigan con nuevas tecnologías, como los autos automáticos. Google está buscando capturar en forma digital más y más información. Es la información la mercancía más comercializada en el mercado on line.
Por todo esto, las compañías buscan ampliar sus horizontes, sus derechos permitidos en el uso de dicha información. En tal sentido, Google anunció no hace mucho, como lo había hecho Facebook en 2011, un cambio sustancial en sus políticas de (no) privacidad.
El salto a la web social, el auge de Facebook en sintonía con la explosión de Twitter en 2010 habían dejado en evidencia el retraso de Google en esta carrera. El rey de Internet se vio desnudo, pero comenzó a vestirse para la ocasión. Al lanzamiento de Google+ en 2011 (su red social que ya tiene más de 100 millones de usuarios), ahora le aporta –con sus nuevas políticas– una lógica aun más fuerte de inteligencia sobre la información que recoge. La red de sitios Google comienza a funcionar como un todo. Esta red, que tiene al buscador como el núcleo de su oferta, pero que se complementa con sus servicios de e-mail, imágenes, videos (YouTube) y otro centenar de herramientas. Google nos advierte acerca de que toda la información que ellos puedan extraer del uso que hacemos de sus servicios, de todos, mientras estemos utilizándolos registrados (logueados, más precisamente), será utilizada para delinear un perfil más preciso sobre nuestros gustos. ¿La razón esgrimida? Ofrecernos más velozmente y en forma más precisa lo que buscamos. Históricamente, era Google la que hacía inferencias sobre nosotros y Facebook el que sabía a ciencia cierta, acumulando certezas. Google era prejuicios (aunque bastante certeros, por cierto), Facebook nos conocía de verdad. Registrando información por IP (protocolo que usa cualquier dispositivo para conectarse a Internet), Google podía inferir que éramos hombres si buscábamos por el resultado de Boca Juniors, o desde dónde estábamos realizando la búsqueda; entretanto, Facebook sabía nuestro sexo, edad, dónde nacimos y vivimos, porque nosotros se lo habíamos dicho. Esa diferencia es la que “preocupaba” a Google, y no la de tener o no tener una red social propia. Pero ahora, con estos cambios, la ecuación comienza a igualarse.
Conectando la información de todos sus servicios, Google cada día hace menos inferencias y sabe más. Google realiza su gestalt, entendiendo que el todo es más que la suma de las partes. La diferencia entre la “invasión” a la privacidad de Facebook y la de Google está en que, en el primero, el leitmotiv del sitio es el de compartir; el deseo de millones de personas de hacer conocer momentos de sus vidas a otros es el motivo fundante. A veces, con más conocimiento; otras, con menos. Pero todos saben que, al subir una foto a Facebook, lo están haciendo a Internet, y que las posibilidades de propagación son incontrolables. A diferencia de esto, muchos utilizan Google y sus servicios bajo un intento de perfil anónimo. Entonces, la discusión sobre la pérdida de privacidad vuelve a aparecer. No es un tema nuevo. Lo que lo pone de vuelta en escena son los cambios anunciados por Google, y la inminente salida a la bolsa de Facebook.
¿Preocupado? Este IPO (oferta inicial de acciones en la bolsa) convertirá a Mark Zuckerberg en uno de los diez norteamericanos más ricos del mundo (lista encabezada por Bill Gates). Facebook, que se ha convertido en un actor clave de la vida social de muchas personas, basa su negocio en la publicidad. Pero no será su única fuente de negocio en el futuro, además de los ingresos que ya percibe por una porción de las ganancias de los juegos que corren sobre su plataforma (representan todavía menos del 10 por ciento del total de ingresos), Facebook planea penetrar en el mercado del ecommerce, la compra y venta de productos y servicios on line. Algunos ya “pasean” y se entretienen en Facebook como si se tratara de un centro comercial; en un futuro no muy lejano, podrán también hacer compras. Y allí el control de la información vuelve a tener gran importancia.
Contra los más de 28 mil empleados de Google, Facebook cuenta con (¿tan solo?) 3 mil y esto es, según asegura Zuckerberg, para preservar el carácter innovador de la compañía.
¿Está Facebook preocupado por algo o por alguien? La red social de Google (Google+), de rápido crecimiento, no parece ser la principal preocupación del número uno de las redes sociales. Tampoco Twitter. Sí parece inquietarlo la aparición de servicios verticales de gran éxito, que cumplen con una función muy específica, dentro del amplio paraguas de servicios que incluye una red social como Facebook. Tal es el caso, por ejemplo, de Instagram, una aplicación para compartir fotos, que ya tiene más de 200 millones de imágenes subidas a su plataforma.
¿Y si, finalmente, somos los usuarios los que descentralizamos la carga de nuestra información? Eligiendo al mejor para cada cosa, siempre que el mejor no sea siempre el mismo, estaríamos sectorizando el acceso a nuestros datos. El avance sobre los derechos a utilizar la información, que de una u otra manera entregamos, es un sinceramiento explícito de uno de los objetivos originales de estas empresas. A algunos les cuesta abandonar la noción o concepto de privacidad con el que crecieron; otros no se preocupan por ello. Finalmente, están aquellos que aceptan ese recorte, en aras de lo que Internet representa en cuanto al enriquecimiento cultural de la humanidad. A fin de cuentas, en cada usuario reside el poder de definir cuánta información quiere compartir sobre su vida –y sobre la de los demás– y qué servicios utiliza para ello.
Mientras Internet avise, no traiciona.
(Enviado por Paco Acuña desde Madrid)
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