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EL DESCANSO - Por Eduardo Juan Salleras

Había soñado con este momento…
EL DESCANSO
Por Eduardo Juan Salleras, 16 de enero de 2012.-

Se autoriza su publicación solamente en forma completa y nombrando la fuente

Había soñado con este momento. Encontrarme en la noche, sobre la cubierta del ferri, con el soplo fresco del río, y un mapa de estrellas sobre mi cabeza, diciéndole adiós por un tiempo a las obligaciones. Dejé en la otra orilla mi trabajo, después de un año fuerte en acciones y emociones, privadas y públicas.
Ya habiendo partido el buque, subí a cumplir con mis deseos. Era pasada la medianoche, todos dormían debajo, algunos como yo desafiaban a la situación: estaba frío y ventoso, y esto no era exactamente lo que añoraba. Podría decir que era una situación exagerada a mis anhelos. Las estrellas estaban, la noche también, pero el fresco se hacía frío porque la brisa fue viento.
De todas formas me quedé. Pedí en la barra del bar de cubierta un licuado de frutilla, algo necesario para luego prender sí el cigarrillo que me quería fumar, precisaba hacerlo; fumo tres cigarrillos diarios: uno después de almorzar y dos después de cenar, son como religiosos porque los disfruto. Aún no habiendo encendido ninguno del par de la noche porque me los había reservado para ese momento, y así lo hice, como un capricho, porque era tal el ventarrón, que ni el humo veía. Mis pelos bailaban, mi cara y mis gestos respondían a la inclemencia de la situación.
El cigarrillo se consumió en menos de un minuto, no por mí, sino por el chiflón.
Entonces a dormir con los demás, llegaría cerca de las 5 de la mañana y el viaje seguía en auto hasta por fin llegar a mi lugar en el mundo.
Comenzaba así mi descanso, mis vacaciones pero, mis vacaciones con descanso, porque siempre pretendo tranquilidad, que esos días sagrados me traten con suavidad. Por ello busqué la costa uruguaya, pero no Punta del Este porque está lleno de argentinos y para ello más vale me voy a nuestras playas, las que abandoné casualmente harto de apenas ver, escuchar y oler el mar. Es tal el batifondo, la romería, y la agresividad de la música a todo trapo, las banderas de las promociones flameando por doquier y los eventos…cómo rompen los eventos y toda la masa detrás, alocada, burbujeante, al compás de música o tuntunes: pumpumpumpum. Chau, dije hace unos años, esto no es para mí.
Aunque me di cuenta también, que a dónde vaya, si escucho ruido o alboroto, seguro que es uno de los nuestros.
El lugar es La Pedrera, Uruguay, con un 80% de charrúas y 20% de porteños (muy poco provinciano, alguno más, yo y gracias). Es como mi pueblo, pero, frente al mar. Hay gente sí, pero aún el silencio calla sus voces. Por ello me sorprende las notas periodísticas sobre este lugar, emparentándolas con lo más snob, lo más chic. No entiendo esa tendencia.
Tiene un pequeñísimo centro compuesto por unas 3 cuadras de calle de no más de 8 metros de ancho - a cuyos lados está los bares y comedores - que son ocupadas en las noches por hippies que pretenden vender sus artesanías y hacer escuchar su música, y si hay algo que no tiene esta tribu es ser snob. Y a pesar del sonar de instrumentos uno siempre puede escuchar el mar, como si las olas fueran parte del grupo musical.
En este ambiente pretendo posar. A cuadra y media del ruido que no se escucha, alquilé una casita, desde la cual puedo ver, oír y oler el mar a menos de 100 metros, y si el viento acompaña, hasta la espuma de las olas que rompen contra las piedras, vuela en bruma hacia mi ventana, refrescando mi cara con sus mínimas gotas, donde me siento por horas a disfrutar.
A eso llamo descansar.
Por las mañanas muy temprano salgo a caminar, cuando no hay nadie en la calle, excepto algún retrasado de la noche anterior o un madrugador que está de reparto o de limpieza.
Mi familia da cuenta de ello y me deja pastorear tranquilo porque sabe que no estoy solo, sino conmigo y me gusta eso de hablar conmigo de mí y de otras cosas. Algunos lo llaman meditar para no parecer locos, como si fuera una locura descubrir nuestra consciencia y tener con ella un buen trato.
Pero, también descanso y disfruto con los que me acompañan, mi mujer, mis hijas - y estamos esperando a los novios – y Cacho.
Las vacaciones algo siempre me enseñan, veremos que aprenderé en estas.
A eso llamo descansar.
Espero que se cumpla el tiempo así, como los últimos años, tomarme un respiro, hacer una pausa, dándole a mi vida una tregua.
Es una siesta después de haber madrugado tanto.

EJS

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