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NO SIEMPRE SON NECESARIAS LAS GRANDES COSAS


En el cauce de la vida
NO SIEMPRE SON NECESARIAS LAS GRANDES COSAS
Por Eduardo Juan Salleras
27 de agosto de 2011.-
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Se autoriza su publicación solamente en forma completa y nombrando la fuente
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Llegamos tarde al lugar ideal, el cauce abandonado de un río de piedras, que parecían haber rodado hasta allí como moléculas de agua - vaya a saber cuándo, porque era un viejo lecho que en algún momento fue caudaloso - y entre ellas escurría un hilo de fluido cristalino que se anunciaba con su tradicional sonido. Cada tanto un remanso de pedriscos amontonados donde descansaba la corriente y nos permitía juntar agua.

El día se iba de a poco, pero sentado allí disfrutando del silencio, como música de fondo al sonar de algunos pájaros tardíos, del agua que no cesa en bajar, algún aullido desconocido y lejos, estábamos todos: mi familia y la de mi hermano.

Se había hecho largo el viaje por un inconveniente mecánico en la salida, sin embargo ya estábamos allí despidiendo una tarde hermosa en la que noté sentirme distinto: no me dolía nada, sentía mi cuerpo más liviano. Y lo comenté con mis compañeros de aventura, los que coincidieron casi todos.

En esa zona de la provincia de San Luis hay un ambiente especial, Villa Elisa o Merlo, tienen un microclima mágico.

Mi hermano sacó dos bolsitos pequeños, cada uno con su carpa tipo iglú, una para el matrimonio y otra para los niños.

Ambos círculos de aproximadamente dos metros de diámetro al piso y unas varillas que al soltarlas automáticamente se transformaban en una, cuatro así, dos para cada carpa.

Yo lo miraba con cierto dejo de supremacía, porque a mí me habían prestado una súper tienda de tres ambientes.

Claro, me la entregaron a último momento y no había recibido ninguna instrucción para su armado.

Pispiando que el sol pretendía ya irse a dormir, fui en busca de aquél enorme y pesado bolso que contenía mi rancho de tela.

Le dije incluso a mi hermano: - “esta noche comemos en el estar”.

Saqué con dificultada la gigante lona de unos dos y medio metros por siete, doble, y la esparcí sobre el suelo como sabiendo lo que hacía. Luego di vuelta el resto del contenido para que caiga la estructura desarmada. Fue en ese momento que me di cuenta, al ver la infinidad de tubitos que sonaron al desparramarse en la tierra pedregosa, de distintos grosores y largos - ¿Cómo irían todos enchufados? – en qué lío me había metido.

Y empezamos con la familia a intentar armar ese rompecabezas. Mientras mis hijas ayudaban me miraban de reojo esperando el momento de explotar y de un grito desgarrador entre insultos míos y arrojar todo por el barranco,… luego a dormir a un hotel. Sin embargo no, ni siquiera cuando mi mujer me preguntó: ¿no le preguntaste cómo se hace para montar la carpa? Puse una cara de haber tomado un trago de vinagre… en el fondo tenía razón, cómo no había pedido instrucciones.

Nos llevo bastante más de una hora, tal vez hora y media, porque los últimos aprestos se hicieron con la luz del sol de noche,

Y comimos no más en el estar porque la carpa constaba de dos habitaciones cerradas y una abierta al medio con un amplio alero, para resguardarnos del rocío que de temprano se hizo presente; un rico asado sazonado con la vivencia de esa noche entre cálida y fresquita en la que nadie sentía un dolor. El fuego chispeante de leña reseca, vaya a saber de qué árbol, una llama de metro y medio, con el cansancio de tanta aventura para los novicios en campamentos que acompañaba a la modorra de un buen vino…y todos a descansar…a las bolsas de dormir.

Desperté temprano como siempre, me dolía todo, hasta pararme me costaba y al asomar la nariz fuera del cierre de nuestro “cuarto”… ¡Qué frio!

No importa, a juntar leña nuevamente, un chorrito de querosén, un fósforo, la pava renegrida del día anterior y a calentarnos.

- Bueno, es tiempo de partir – dije – a desarmar el cuartel de campo.

Mi hermano en dos segundos guardó su poco pretenciosas viviendas que al fin cumplieron el mismo resultado que mi enrome palacete de campaña.

En cambio yo miraba con duda el desarmar lo que tanto me había costado construir. Pensando además que en el próximo lugar, esa misma noche, debía intentarlo de nuevo.

Con cinta aisladora procuré ensayar un sistema de marcado de los caños. Aunque esa noche tardé media hora menos, y les dije a todos: - yo de aquí no me muevo hasta volver.

Este campamento me enseñó que hay formatos para cada cosa y un tamaño para cada situación, montado de carpa mediante.

No es cuestión de comprar un globo que nuestros pulmones no son capaces de inflar.

De todas formas, tal vez de eso se trate la vida y la felicidad, porque ésta es como un hilo de agua que escurre entre las piedras de lo que fue, en algún tiempo, un gran río, el cauce de la vida.

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