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Mafalda y los infantes - Por Delfina Acosta


Nos duele, y cuánto, la mendicidad de los niños en las calles.
De ellos es el reino de los cielos.
En sus corazones germinan tan fácilmente el afecto y la confianza cuando uno les cuenta una historia, la más pequeña entre todas las historias, les convida con alguna gaseosa o unas galletitas, y les pone oídos atentos a sus proyectos que habrán de cristalizarse cuando sean mayores.
“Yo quiero ser ingeniero, o si no, mecánico”, te dice algún pequeñuelo con los ojos encendidos por la chispa de la ilusión y de la fantasía.
Y uno le aconseja, entonces, más o menos así: “Muy bien, pero para eso tenés que estudiar mucho en el colegio y sacar buenas notas”. Todo el futuro está en sus caritas, en sus narices mocosas, ¿no es así?
Susanita, el simpatiquísimo personaje del genial historietista Quino (Joaquín Salvador Lavado es considerado un filósofo de nuestros tiempos por muchos analistas de las circunstancias del complejo mundo que nos toca vivir), es una niña “básica”, muy dada a los chismes y a los giros de la moda. Tiene en sus planes casarse y ser madre de muchos niños.
Mafalda, que odia la sopa y adora a Los Beatles, suele hacer densos análisis de la realidad y se muestra muy preocupada por la humanidad; tiene planes de trabajar de intérprete en las Naciones Unidas con la finalidad de aportar sus principios y sus doctrinas por la paz mundial.
Manolito, el más bruto y divertido del grupo, es el fiel reflejo de las ideas capitalistas y está pendiente del buen funcionamiento de su negocio. Calienta grandes planes económicos en su cabeza. De mente chata, incapaz del más mínimo sueño porque tiene los pies demasiados fijos en la Tierra, pretende hacer fundir a Rockefeller, nada más y nada menos.
Libertad es un piojo, por así decirlo, debido a su estatura casi ínfima. A mí se me figura un personaje difícil y hermoso al mismo tiempo. Libertad quiere que la clase popular tome ya nomás conciencia del estado en que se encuentra su país. Busca una revolución social y el cambio de las estructuras del poder.
Y así... En algún otro momento recordaré a Miguelito, y al despistado Felipe, que vive agobiado por las tareas escolares.
Los niños tienen proyectos, sueños, y cuántos sueños suyos son mutilados tempranamente por una sociedad indiferente y apresurada que no se ve, no se mira en sus profundos, asustados y tristes ojos.
Y hay tantos en situación de emergencia, que trabajan en zonas de alto riesgo, exponiendo su integridad física.
¿Y qué hacemos por ellos?
Necesitan contención, hogar, educación, cobertura médica, amor del padre y de la madre.
Los niños son nuestros hijos.
Y son hijos de nuestros hijos.
No se puede levantar jamás un país cuando ellos, que son las semillas de nuestros más caros proyectos sociales, caen en una tierra estéril.
Hay muchas preguntas: ¿Cómo curar sus heridas sicológicas, si son víctimas de maltrato, de violencia verbal?
¿Cómo pretender que crezcan sanos si a veces no tienen siquiera qué comer?
Los infantes merecen la atención total del Gobierno. Y de la Iglesia. Y de la sociedad.

Delfina Acosta
Asunción del Paraguay
13 de Junio de 2011

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