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La Pequeña Edad de Hielo



La Pequeña Edad de Hielo (PEH) fue un período frío que abarcó desde comienzos del siglo XIV hasta mediados del XIX.
Puso fin a una era extraordinariamente calurosa llamada Óptimo climático medieval.
Hubo tres máximos: sobre 1650, alrededor de 1770 y hacia 1850.
Inicialmente se pensó que era un fenómeno global, pero posteriormente fue desmentido. Bradley y Jones (1993), Hughes y Díaz (1994) y Crowley y Lowery (2000), describen la PEH como una época donde el Hemisferio Norte tuvo un modesto enfriamiento de menos de 1°C.
Los científicos han identificado dos causas de la Pequeña Edad de Hielo fuera de los sistemas de interacción océano-atmósfera: una actividad solar disminuida y la actividad volcánica aumentada. Otras personas investigan influencias más antiguas, como la variabilidad natural del clima, y la influencia humana.
Durante el periodo 1645-1715, en mitad de la Pequeña Edad de Hielo, la actividad solar reflejada en las manchas solares era sumamente baja, con algunos años en que no había ninguna mancha solar. Este período de baja actividad de la mancha solar es conocido como el Mínimo de Maunder. El eslabón preciso entre la baja actividad de las manchas solares y las frías temperaturas no se ha establecido, pero la coincidencia del Mínimo de Maunder con el periodo más profundo de la Pequeña Edad de Hielo sugiere que hay una conexión. Otros indicadores de la baja actividad solar durante este período son los niveles de carbono-14 y berilio-10.
A lo largo de la Pequeña Edad de Hielo, el mundo experimentó también una actividad volcánica elevada. Cuando un volcán entra en erupción, sus cenizas alcanzan la parte alta de la atmósfera y se pueden extender hasta cubrir la tierra entera. Estas nubes de ceniza hacen que no llegue la radiación solar entrante, llevando a una disminución de la temperatura a nivel mundial. Pueden durar hasta dos años después de una erupción. Asimismo se emitió durante las erupciones azufre en forma de gas SO2. Cuando este gas alcanza la estratosfera, se convierte en partículas de ácido sulfúrico que reflejan los rayos del sol, reduciendo la cantidad de radiación que alcanza la superficie de la tierra. En 1815 la erupción de Tambora en Indonesia cubrió la atmósfera de cenizas; el año siguiente, 1816, fue conocido como el año sin verano, cuando hubo hielo y nieves en junio y julio en Nueva Inglaterra y el norte de Europa.
Una forma de confirmar la existencia de este período de enfriamiento es el estudio de las muestras de hielo antárticas a través de los sedimentos que en ellas se encuentran. Lo mismo ocurre con los estudios realizados en el Atlántico Norte.
Importa por ejemplo conocer los niveles de dióxido de carbono que se encuentran allí, las que en caso de temperaturas más bajas durante su formación serán más bajos.
En otros lugares se estudian muestras sedimentarias recogidas en los lagos, el crecimiento de estalagmitas, indicadores neoglaciales diatomea, variaciones en la tasa mar-hielo, análisis de isótopos de oxígeno, referencias históricas que han quedado registradas en documentos oficiales y no oficiales de la época, etc.
Alrededor de 1850, el clima del mundo empezó a calentarse de nuevo y puede decirse que la Pequeña Edad de Hielo se acabó en ese momento.
Entonces, en definitiva, parece que realmente existió una disminución de la temperatura media de parte o de toda la Tierra pero que tal reducción no fue tan significativa para algunos como para otros analistas.
Para saber qué efectos produjo la Pequeña Edad de Hielo en el lugar en que vives, te recomendamos ir a la biblioteca y consultar el archivo de documentos que seguramente allí encontrarás. Porque todo método científico para lograr estudiar ese período está fuera del alcance de los ciudadanos comunes. Pero la biblioteca del pueblo o los archivos de tus vecinos quizá estén mucho más accesibles.
Por eso te recomendamos ir a ver allí.

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