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Leyendas sobre volcanes.LA BODA DE HIELO- de: Ariel Puyelli


 Dicen que fue a orillas del río Chimehuin. Que fue una apuesta con sus amigos. Que Juan no se animaba, pero que su orgullo fue más fuerte. Que por eso lo hizo.
Otros dicen que fue un mensaje que trajo el río. Que Juan oyó en la época de deshielo, el canto del agua trayendo desde la base del volcán Lanín, la invitación a alcanzar el infinito, la cumbre, el cielo.
Dicen que Juan tomó la decisión de escalar el volcán una mañana de noviembre y que esa mañana el Lanín había amanecido recortado en el cielo como una novia.
Los que lo vieron partir con su equipo, creyeron que regresaría con las manos rojas de frustración y no de frío. Pero Juan fue resuelto al encuentro de esa dama de blanco de casi cuatro mil metros de altura.
Cuando Juan le propuso matrimonio a Clara, su ex esposa, el corazón latía con la misma intensidad que esa mañana; y sonrió en silencio al sentir la comparación.
Parado en la base, observó un largo rato el camino que debería elegir para besar la gloria con su orgullo. Una leve brisa sacudió los matorrales que se raleaban a medida que la vista de Juan ascendía la ladera norte, hasta que se transformaban en una mancha blanca donde se asentaba el refugio, casi a mitad de camino.
Cuentan los mapuches que al Lanín no le gusta que lo suban demasiado. Que se enoja con los excesos de cortejos. Y que entonces empieza a arrojar piedras desde la cumbre para deshacerse de los intrusos que no llevan consigo palabras de amor, sino desafíos personales. Apuestas con el destino.
Pero Juan no era un intruso. Había nacido en Junín de los Andes y durante sus treinta y cinco años de vida, había grabado a fuego y lágrima, cada día del volcán. Porque Juan era poeta, no escalador.
- No se puede escribir lo que no se conoce –le habían dicho sus amigos esa tarde a las orillas del Chimehuin.
Y Juan pensó que estaban en lo cierto.
A partir de entonces comenzó a sentir una necesidad física de acariciar las nieves eternas, como si ellas guardaran el secreto de su amor por ese sitio que durante tantos años había idealizado como inaccesible para una persona frágil como él.
Los mapuches también cuentan que en el principio de los tiempos había dos volcanes: el Lanín bueno y el Lanín malo, que por ensañarse con los hombres de ese tiempo, por intentar, con sus vómitos de fuego y piedra, echarlos del paisaje, había sido aplastado por un pulgar de Nguenechén.
El Lanín bueno gozaba entonces, además de su belleza, de buena reputación. Pero no es necesario escalarlo para adivinar la personalidad de esa mole de piedra y nieve, de historia y leyendas, dueña de un magnetismo casi sobrenatural.
Juan era poeta, no escalador. Por eso sintió que cada paso que daba rumbo a la cumbre, era un verso construido con la fuerza de esa musa que lo recibía con los brazos abiertos; por eso convirtió al viento que había desplazado a la brisa, en una caricia de bienvenida. Por eso Juan imaginó que el color oscuro que había tomado el cielo era el telón de fondo de esa novia majestuosa.
La tormenta lo alcanzó llegando al refugio.
Todos en el pueblo temieron por la vida de Juan y de inmediato una patrulla partió en su rescate.
Los gendarmes no habían sido invitados a la ceremonia. Por eso debieron soportar la ira del volcán que detesta intrusos en su cuerpo.
El refugio estaba vacío. Y cuando decidían regresar habiendo rescatado sólo un lamento, la tormenta amainó.
Llegaron a la cumbre al anochecer. Allí estaba Juan, inconsciente, con una sonrisa de hielo en los labios, con una lapicera congelada en sus manos.
El poeta no habló en todo el descenso.
Algunos dicen que nunca más le escribió versos al Lanín.
Otros, que el último poema intentó ser escrito en la cumbre, con tinta de nieve, sobre el papel blanco de la cabeza de esa novia díscola.
Unos pocos aseguran verlo todos los años, el mismo día de aquel noviembre, recitar por la ventana en un movimiento de labios que se asemejan más a besos que a versos.
Todos dicen. Pero Juan calla. Como calla el Lanín.

Ariel Puyelli

Esquel - Chubut - Patagonia Argentina

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