Por Eduardo Juan Salleras
18/12/2010
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Para esta fecha, todos los años, escribo sobre la Navidad, lógico. Esta mágica palabra cuyo significado tiene que ver con nacimiento, nacer, encierra toda la esperanza de lo que viene.
Cuando uno nace: empieza; y lo que queda por delante es el por venir, todo.
La navidad es una fiesta en la que se celebra el nacer del Hijo de Dios para los cristianos, ya universalizada, para creyentes o no. Pero su festejo específico es religioso.
Una vez al año, en diciembre, debemos proponernos nacer otra vez, ¿quien pudiera recobrar el tiempo pasado? Nos ofrece recuperar la inocencia, a meter en una bolsa nuestros maduros errores, nuestros viciados actos, nuestra soberbia y egoísmo propios del pasar de los años, y arrojarlos bien lejos de nuestra vida, previo un correcto examen de conciencia.
Es buscar en nuestro yo, la pureza que nos queda: la honestidad, la integridad, la honradez. Esas virtudes tan “demodé”, pero tan necesarias para lograr la paz interior.
Es el momento de deshacernos de lo malo, porque más allá de ser creyentes o no, todos reconocemos en el Bien algo supremo, algunos lo llaman Dios, otros aún no saben.
Pero lo ecuménico de este tiempo, comercial o religioso, nos pone a todos a decidir: seguimos o paramos; insistimos o corregimos; repetimos o innovamos; nos condenamos o nos damos una nueva oportunidad de cambiar, de reemplazar nuestras taras por atributos, de realzar lo bueno sobre lo malo; darle valor a las bondades desechando las flaquezas.
Busquemos un rincón apartado, un silencio, tal vez una sombra o una reserva, para estar tranquilos con nosotros mismos, para poder charlar a solas con el que somos y el que debemos ser. Y los creyentes, invitaremos a Dios para que le ponga luz al encuentro; y para los que no creen, que dejen entrar entonces a la razón.
Debemos agradecer también el tiempo transcurrido, no todos pudieron llegar. Eso nos da una ventaja que merece gratitud.
También démosle a la festividad la alegría necesaria para cambiar, aunque sea por unos días, las horribles malas ondas que nos persiguen en el andar diario de nuestro agresivo país.
Recordemos aquellas jornadas de no hace tanto, cuando la gente en los distintos lugares, se trataban contentos y a la salida un saludo, un saludo especial para las fiestas.
Hasta no hace muchos años, entrábamos gustosos en el contexto del advenimiento. Los negocios, las calles, el ánimo de la comunidad cambiaba para bien, ese mes entero que va desde el 8 de diciembre, día de la Virgen y del armado del tradicional arbolito y pesebre, hasta el 6 de enero, festividad de Reyes, jornada en la que todo vuelve a su caja, por un año.
Debe ser una fiesta de alegría no de diversión, una festividad no un festival.
Recuerdo, cuando niño, un día fui a visitar a mis primos, no vivían muy lejos de casa. Me pidieron que los acompañara a la Iglesia de su colegio: Guadalupe. Cuando llegamos allí, estaba el curita - alemán - esperándolos, junto a otros chicos, para salir de villancicos. Me vio a mí y me puso también el traje de monaguillo, rojo abajo y blanco por arriba, y a la calle, con un triángulo y un palito en la mano. Ese sería mi instrumento. Al principio me divirtió la cosa, pero cuando tomamos la Avenida Santa Fe, recorriéndola de punta a punta, incluso entrando por Florida, me dio una vergüenza terrible, la que tuve que superar, me guste o no.
Se pasaba la canastita, recaudando para los pobres. “Vamos borriquito, vamos a Belén, que mañana es fiesta, y pasado también…” cantábamos. No me lo olvidaré jamás. La gente se paraba a escucharnos contenta y agradecida, colaborando, desde luego cada uno dentro de sus posibilidades.
En mi pueblo, Aarón Castellanos, ya de grande, hacíamos misas en la calle. Fue duro sacar a los curas del convento, pero resultó todo un éxito…si Mahoma no va a la montaña… porque solamente algunas mujeres visitaban la iglesia, pocas…acudiendo, ahora sí, el pueblo completo para nochebuena y participando. Luego el pesebre viviente y por fin los regalitos para todos los niños de la comunidad. Tal vez, ese y el de reyes serían para muchos los únicos juguetes de todo el año.
Disfrutábamos tanto los grandes viendo a los pequeños alborotados, cuando se acercaba el carro con Papá Noel a depositar la bolsa de los regalos junto al Niñito Jesús. ¡Qué mezcla! Pero, era todo felicidad.
Para Reyes, tres eran los elegidos y mimetizados como mágicos monarcas que venían de oriente. Hacían formar fila: una de niños, otra de niñas, para no confundir los obsequios y el nerviosismo de todos por el paquetito que les tocaba.
Y no hace tanto. Sin embargo hoy no veo ese clima de agradecimientos y augurios, ese flotar por unos días sobre los problemas cotidianos, y disfrutar la vida.
Recobremos aquellos tiempos, aquel entusiasmo, aquella alegría y también, aquella nostalgia.
No dejemos que el pasado sea mejor.
Aprovechemos de la magia que tienen ésta fiestas, no la dejemos pasar como si nada, porque seguramente nuestras vidas necesiten hoy de ella, del encanto que produce esa festiva fascinación.
Pongámosle pasión y contento.
Preparémonos espiritualmente para el evento e incluso atreviéndonos a emocionarnos con júbilo, porque a nacido el Hijo de Dios, o porque a nacido en nosotros: otro yo, el brotar de una nueva primavera en la vida, sean creyentes o no.
De eso se trata amigos, de ser feliz.
FELIZ NAVIDAD
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Dijo Albert Camus: "El mundo en el que vivo me lastima, pero me siento solidario con los hombres que viven en él. Mi papel no es el de transformar el mundo ni al hombre. No tengo la virtud ni el talento para ello, pero estoy feliz de servir, desde mi sitio a los valores que hacen que merezca la pena vivir."
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