Alberto Casares le organizó en su librería el 27 de noviembre de 1985 una completa exposición con ejemplares de primeras ediciones de toda su obra. Tras algunos rodeos, el autor de "El Aleph" finalmente asistió y pudo reencontrarse allí con su entrañable amigo Adolfo Bioy Casares.
"El trato con Borges era que íbamos a hacer una reunión de amigos" y eso se cumplió a rajatabla, recuerda el reconocido librero en diálogo con dpa. Borges respondió mostrándose jovial, participativo y locuaz en su última aparición pública en Buenos Aires.
Casares apunta que por entonces su librería no era grande ni gozaba de renombre. Fue un encuentro discreto, para el que no se hizo publicidad y al que asistió apenas una periodista.
"Pese a que se iba al día siguiente, que sabía que era el último viaje, a pesar de todo quiso ir esa tarde a la librería", se enorgullece Casares. Borges incluso rechazó el ofrecimiento de que se adelantara la muestra e insistió en que fuera ese miércoles.
"Algunos dicen que él en ese momento estaba mal y que fue obligado por (su esposa) María Kodama a viajar a Europa. Yo lo que vi es otra cosa completamente distinta. Vi un hombre mayor pero muy lúcido, coherente, y me dio la impresión siempre que si se fue, es porque él quiso".
Eso no quiere decir que no le haya dolido dejar Buenos Aires, considera Casares desde su actual librería, a pocos pasos del solar que vio nacer al escritor argentino en 1899. Desde las paredes del espléndido local en la céntrica calle Suipacha, donde se venden libros modernos, antiguos y primeras ediciones, una fotografía testimonia el reencuentro de Borges y Bioy.
"Estaban bastante alejados en ese momento, no se veían con frecuencia. La relación con María Kodama los separó un poco. Unos dicen que fue Kodama quien los separó, otros dicen que fue el mismo Bioy que no aceptaba demasiado la presencia de Kodama", señala Casares, pariente lejano y amigo del autor de "La invención de Morel".
"Borges sabía que Bioy iba a estar allí. Él tuvo la oportunidad de estar ahí con Bioy y de despedirse de él", recuerda el presidente de la Asociación de Libreros Anticuarios de Argentina (ALADA). "Estaban los dos muy contentos y retomaron sus conversaciones y sus consultas. '¿Cómo escribirías tal cosa, cómo escribirías tal otra?'", se preguntaban otra vez los dos grandes compinches, que supieron lanzarse juntos a numerosas aventuras literarias.
Esa tarde primaveral en la librería que Casares tenía en la calle Arenales entre Rodríguez Peña y Callao, en el barrio de Recoleta, Borges anticipó que se iba a Europa para morir allí, porque estaba muy enfermo. "Uno lo tomó como de un abuelo que siempre habla de que se va a morir", se lamenta el librero con más de cuatro décadas de experiencia.
La muerte de Borges tuvo un tremendo impacto en su amigo íntimo. "Bioy tenía la rutina de escribir todos los días a la mañana. Y me dijo: 'Desde que murió Borges, no pude escribir, es como si me hubieran cortado la mano'. Se sentía unido intelectualmente con Borges en una forma poco común entre escritores", evoca.
Borges viajó a Italia al día siguiente del encuentro y su vida se apagó en Ginebra el 14 de junio de 1986, con un enorme reconocimiento internacional y lejos de la geografía porteña a la que convirtió muchas veces en paisaje de su obra literaria.
"Él había pasado su juventud en Ginebra y tenía recuerdos muy lindos de esa ciudad. Y tenía una profunda admiración por la organización política de los suizos. Eso se ve muy bien reflejado en su último libro de 1985, 'Los conjurados'", indica Casares.
El organizador de la exposición, la única de ese tipo que se hizo en vida de Borges, apunta que ese momento inolvidable que compartió con una de las figuras más prominentes de la letras del siglo XX es "un honor inmerecido, inmenso", que lo marcó para toda la vida.
La muestra le brindó el privilegio de conocer a un hombre "absolutamente sencillo y que recibía a los demás sin ningún tipo de exigencia", explica.
Y el librero reflexiona: "No pude ser su amigo porque no me dio el tiempo y me daba mucho pudor. Después me di cuenta de que estaba equivocado, de que podría haber tenido una buena relación con él como tuve con otros escritores que no me inhibían tanto con su presencia".
Casares se muestra comprensivo por la resolución del escritor de morir lejos de su patria: "Es una decisión personal de un hombre que no tenía en su cabeza ni en su corazón límites políticos ni geográficos, un hombre universal".
Fuente: http://www.elpais.cr
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