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De males y brujas - Por Eduardo Juan Salleras


De males y brujas
MENTES RETORCIDAS
Por Eduardo Juan Salleras, 28 de octubre de 2014.-

Se autoriza su publicación solamente en forma completa y nombrando la fuente

Es un tema recurrente en las historias de campo, de pueblos, de boliches rurales.

Algunos dicen que no existen pero, que las hay las hay.

Se suele recurrir a ellas para desearle el mal a alguien, por enfrentamientos, desilusiones, desengaños, por celos y demás. Hablamos de brujas y maldiciones.

Hace muchos años - más de treinta - un estudiante de parapsicología me comentó que en la esquina de mi casa, mirando al sudeste, a dos metros exactos de la misma, habían enterrado un mal en contra mía.

Y ahí debe de estar porque nunca hice un pozo para buscarlo, es que en realidad, a pesar de todo, no me ha ido tan mal, desde luego, como suele suceder, una de cal, una de arena, cosas buenas y cosas malas, a veces no tan buenas y otras no tan malas, como a la mayoría, como debe ser en realidad la vida.

De eso se trata vivir.

Ahora, es increíble que haya gente que desee el mal a otra, y peor aún, que haya profesionales en el tema, como que una hechicera se dedique a producirlo, incluso cobrando para ello.

Una vez, un matrimonio de ordeñadores que trabajó en el campo, me pidió hablar unas palabras, acepté haciéndolos pasar al escritorio.

Enseguida, sin demasiados rodeos, presentaron la renuncia… la razón: habían visitado una vidente en el pueblo, la que les recomendó retirarse del trabajo porque a mí me habían hecho un mal, por lo que nunca produciría leche bien.

- Usted no cree en esas cosas pero… Me dijo ella mientras su pareja permanecía mudo.

- Solamente me sorprende lo que dice y me pregunto: ¿por qué? Le respondí.

- Le hicieron el mal de las tranqueras caídas…

Es cierto, en mi campo está lleno de portadas torcidas tocando el suelo, incluso acostumbro decir: el día que me gane la lotería voy a comprar vigas y tranqueras nuevas para cambiar todas las del campo. Ahora, de ahí a que un mal ande rondando…

El mal existe, eso está probado, basta con encender el televisor y sentarse a sufrir la realidad, del mismo modo el bien, es suficiente mirar a nuestro alrededor para aceptar su presencia.

Entonces, hay gente buena y gente mala, aunque también están aquellos que no son ni una cosa ni la otra.

¿Qué lo lleva a una persona a desearle la desgracia a otra?

Odio, resentimiento, rencor, envidia… que mal debe estar un alma guardando estas vivencias en su interior y tal vez la empuje a cometer la aberración de querer que al otro le ocurra alguna fatalidad. Eso no sana nuestro disgusto, todo lo contrario, nos vamos acostumbrando a vivir con ello, acrecentándose con el tiempo, apilando un daño sobre otro, no dejando espacio para lo bueno.

Es muy importante curar los malos sentimientos hacia el otro, por más perjuicio que nos haya hecho, debemos permanecer en el camino correcto, más allá de las contradicciones.

La impotencia por falta de razón lleva a cometer semejante delito moral de pretender perjudicar exprofeso a alguien por venganza.

Se suele decir con un cierto grado de satisfacción: me voy a sentar en la vereda a ver pasar el cadáver de mi enemigo.

En una oportunidad, dos mujeres fueron a ver a una bruja para desearle un mal a otra persona. Cuenta la historia que una vez realizados todos los hechizos correspondientes, se sentaron a esperar que ocurra lo anhelado y supuestamente así ocurrió.

Al ver los buenos resultados, lo repitieron con cuanta persona se le cruzaba en el camino, incluso algunas sin motivo, por el sólo hecho de la envidia recurrían a los maleficios. Se llenaron de ellos, viviendo en una amargura total, con una violencia interior inaguantable, la gente al principio las evitaba.

Las tres murieron solas, no se soportaban una a otra. Inclusive gente buena, con el tiempo, se les arrimaba a ayudarlas, a acompañarlas, a intentar sacarlas del agrio estado en que vivían, por solidaridad, por lástima… y en vano. Una de ellas, sin saberlo, había sido víctima de los hechizos, y cada vez que iba a visitarlas, se remordían de bronca o tal vez de arrepentimiento.

Es una historia de las tantas que se cuentan en las rondas de mate, en los fogones antes o después del asado, antes o después de los vinos…

Hay gente que uno prefiere eludir porque arrastran un continuo malestar interior, contradictorios, hasta cuando se ríen uno desconfía, esas sonrisas flácidas carentes de credibilidad.

Hay seres oscuros de los que uno se pregunta ¿tendrán espejo en su casa? ¿Tendrán una consciencia donde mirarse a sí mismos? ¿Estarán poseídos?

Hay quienes pretenden de nosotros lo que no tenemos o no estamos dispuestos a dar, por la razón que sea y esto muchas veces enoja.

En cambio, es un placer encontrarse con personas que irradian gracia, una palabra tan especial que, más allá de las creencias religiosas, es un don que uno puede notar en hombres y mujeres que brillan en sí mismas por esta condición. No tiene que ver la intelectualidad sino el alma.

¡Qué agradable se siente uno a su encuentro, al escucharlos hablar, al sonreír, pacificando el momento, dando esperanza al porvenir, aguardando el mañana con una ilusión e invitando a soñar!

A mí no me preocupa el mal que me deseen, lo que sí me inquieta es merecerlo o no.

Hay una frase de Antonio Porchia en su libro Voces que dice: Tú crees que me matas, yo creo que te suicidas.

Entonces: Una oración por aquel que nos ansíe el mal.
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