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CUANDO LA REALIDAD NOS ROBA LOS SENTIMIENTOS - por E J Salleras



El Hombre del Carro XIV
CUANDO LA REALIDAD NOS ROBA LOS SENTIMIENTOS
Por Eduardo Juan Salleras, 23 de junio de 2015.-

Se autoriza su publicación solamente en forma completa y nombrando la fuente

Me encontré con un conocido en el pueblo, y me preguntó qué había pasado con el personaje de varias notas mías publicadas, “El Hombre del Carro”, quien se transformó en un legendario protagonista de muchos artículos.

- ¿No escribiste más por lo que le pasó? Me preguntó.

- ¿Qué le pasó? Repregunté.

- Tuvo una descompostura y quedó mal. Estuvo internado un buen tiempo y después lo llevaron a un hogar de ancianos de aquí, un geriátrico…

- ¿Una descompostura?...

- … Un infarto, un ACV… no se.

- ¿Y? ¿Está bien?

- Está, no habla con nadie. Come bien. Lo llevan, lo traen…

- ¿No camina?

- Sí, pero lo llevan, lo traen… si el tiempo está lindo, lo sientan un rato al sol… a veces habla y sólo pregunta por sus animalitos…

- ¿El caballo, la yegua, los dos perros?

- Si.

- El caballo ya debe haber muerto. Recuerdo su angustia cuando decidió dejarlo con permiso, en una estancia, porque ya estaba viejo. Su relato de aquel día fue memorable, cuando lentamente su carro se alejaba por la calle y aquel fiel pingo pretendía seguirlo del otro lado del alambre, hasta que no pudo más. Y me contaba él, que cada relincho de su viejo compañero, eran como puñaladas en el corazón…

- ¿No te vas a poner a llorar, no?

Mis ojos brillaban por el efecto de lágrimas retenidas. Colorados, delataban mi angustia. Quizás, el que no tiene esa relación con los animales como la tenía él - o tiene, porque matarlo - o yo, o mi mujer, no pueden entender el cariño, la relación que se puede llegar a producir con un perro, un gato, un caballo, una vaca… un chimango. Cuando él contaba su desgracia, la viví como propia. Me imaginaba aquel compañero de años, sin entender el por qué, quedaba solo, sin poder acompañarlo como todos los días, como siempre. ¿Entenderán? ¿Tendrán una inteligencia, un sentimiento, que nosotros no conocemos ni comprendemos?

- ¡Ey! ¿Estás bien? – mi silencio y la mirada hacia lo lejos, hacia el recuerdo o pretendiendo esconder mis ojos, los que hacían una tremenda fuerza para retener sus lágrimas - ¿tanto lo querías o lo quieres a ese viejo?

- Siempre lo consideré un amigo, un verdadero amigo. La vida me enseñó que hay mucha clase de amigos, incluso algunos que no vemos siempre o tal vez, no veamos casi nunca pero, sabemos que están, que el día que nos encontremos será como si no hubiera pasado el tiempo ni la distancia. Me encantaba sentarme hablar con él, era o es, o tal vez por su situación, era, un sabio. Aquel de las frases cortas, de las palabras justas. No sé si tenía o no instrucción, pero en su idioma gauchesco, no le encontrabas una pifia… Un genio.

- ¿Hace cuánto que no lo veías?

- Eso me da mucha bronca… Este tiempo de “mierda” que estamos viviendo, atrincherados, agazapados, encerrados en nosotros mismos… nos ha, o nos han, empujado, a toda la sociedad, a esto. A tal punto que dejamos de lado cosas tremendamente importantes, como atender a las personas cuando nos hablan, sea amigo o no. Peor aún si hay una amistad y en nuestra mente la borramos o la dejamos detrás del muro de nuestra “seguridad social”. Y lo pongo entre comillas. Nos olvidamos de las cosas importantes como saber escuchar al que necesita ser escuchado, más si su relato conlleva preocupación o angustia. Claro, no queremos saber nada de ello porque incluso, se ha instalado una consciencia social de eludir las pálidas y hasta los imbéciles de la política, nos cuentan de la realidad un cuento de hadas, maravillosas mentiras, como si fuéramos tan idiotas de no distinguir entre lo bueno y lo malo, entre el sacrificio y la desidia… quiero que alguien me diga la verdad, necesito la verdad… y lo cierto es, que en este último tiempo de décadas ganadas o perdidas, todos hemos cambiado, ya no somos los mismos, sin haber elegido el cambio, nos transformamos y punto. Culturalmente dejamos de ser lo que éramos para transformarnos en esto. Deberíamos hacer memoria, ¿necesitamos volver el tiempo atrás para reprogramar el presente?... Hace más de un año que no veo a “El Hombre del Carro” y en ese tiempo debió haber pasado por el campo tres veces por lo menos y no pasó, y no me di cuenta… eso es lo que somos, lo que quieren que seamos, unos zombis cívicos y sociales…

- Muy interesante lo que me cuentas pero…

- ¿Te tienes que ir? Solamente quiero saber dónde está…

- Mira, no te va a reconocer…

Y me indicó el lugar.

Fui, no me animaba a entrar. Entré. Pregunté por él, fue un tanto difícil porque nunca supe su verdadero nombre y ahí me enteré que se llamaba Carlos Refalozo.

Me acerqué al patio y lo vi de lejos, sentado al sol, mirando al campo abierto, sin mover su cabeza para nada. Estará su mente en blanco o la sentirá atrapada, amarrada a esa situación sin poder zafarse. ¿Se puede, acaso, encarcelar un sentimiento?

¿Estaremos nosotros en la misma circunstancia?

EJS

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En azul y blanco, HUGO CESAR RENÉS


Día de la Bandera

“Las palabras deben sentirse en lo que son, en lo que dicen. Cuando las palabras se vacían de su sentido, se prostituyen". (General Manuel Belgrano)

Lo mismo pasa con nuestros símbolos. Cuando significan demasiadas cosas o se usan para demasiados fines, terminan por no significar nada. A veces es la bandera, a veces las entusiastas exclamaciones de nuestro himno, a veces el Preámbulo de nuestra vieja Constitución, en ocasiones el escudo de la patria – más reservado a los usos del poder-, casi siempre la módica escarapela, han conocido de gloria y abusos, de malversaciones y de invocaciones vanas. Pero de todos ellos, ninguno ha sido tan maltratado como la bandera a la que pareciera que vamos desprendiendo la nobleza que tuvo en sus orígenes, cuando fue enarbolada por primera vez.

Supo decir el General Manuel Belgrano: "Nuestra sangre derramaremos por esta Bandera", y agregó en la celebración de aquel 25 de mayo de 1812: "No es dable a mi pluma pintar el decoro y el respeto de estos actos, el gozo del pueblo, la alegría del soldado, ni los efectos que palpablemente he notado en todas las clases del estado, testigos de ellos: solo puedo decir que la patria tiene hijos que sin duda sostendrán por todos los medios y modos su causa y que primero perecerán que ver usurpados sus derechos"...

En aquellos tiempos el pueblo ofreció su sangre y su inmolación a cambio de la vigencia de su libertad. Eran tiempos violentos, de leva y contribución forzosa, de requisa de bienes, de estrecheces; de triunfos, de traiciones y de heroísmo como hoy.

Por ello les pido a todos que nos hermanemos una vez más en nuestra enseña patria, levantémosla en nuestros corazones para saludarla en su noble simplicidad y en su futura y portentosa grandeza y pidámosle, este 20 de junio, que calme las pasiones rencorosas, que haga brotar bajo su sombra la virtud del patriotismo y que conduzca a nuestro pueblo por la paz, por el honor, por la libertad laboriosa, hasta ponerlo en posesión de sus destinos, que le fueron prometidos por el general Belgrano al desplegarla en su nacimiento.

Evoquemos en esta fecha no solo al creador de nuestra gloriosa bandera sino, también, a todos aquellos hombres que murieron por la gloria de nuestra patria e invocaron al patriotismo para inspirar a un pueblo a defender sus derechos y sus glorias.


ORACIÓN A LA BANDERA


“BANDERA DE LA PATRIA, CELESTE Y BLANCA, SÍMBOLO DE UNIÓN Y FUERZA CON QUE NUESTROS PADRES NOS DIERON INDEPENDENCIA Y LIBERTAD; GUÍA DE LA VICTORIA EN LA GUERRA, Y DEL TRABAJO Y LA CULTURA EN LA PAZ, VÍNCULO SAGRADO E INDISOLUBLE ENTRE GENERACIONES PASADAS, PRESENTES Y FUTURAS; JUREMOS DEFENDERLA HASTA MORIR, ANTES QUE VERLA HUMILLADA. ¡QUÉ FLOTE CON HONOR Y GLORIA AL FRENTE DE NUESTRAS FORTALEZAS, EJÉRCITOS Y BUQUES, Y EN TODO TIEMPO Y LUGAR DE LA TIERRA DONDE ELLOS LA CONDUJERAN; QUE A SU SOMBRA LA NACIÓN ARGENTINA ACRECIENTE SU GRANDEZA POR SIGLOS Y SIGLOS, Y SEA PARA TODOS LOS HOMBRES MENSAJE DE LIBERTAD, SIGNO DE CIVILIZACIÓN Y GARANTÍA DE JUSTICIA!”.

Joaquín V. Gonzalez (9 de julio de 1810).

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La simulación - por Eduardo Juan Salleras


La simulación
¿SER O PARECER SERLO?
Por Eduardo Juan Salleras, 15 de junio de 2015.-

Se autoriza su publicación solamente en forma completa y nombrando la fuente

El domingo posterior a mi cumpleaños, ya de regreso en el campo, amanecí bien temprano como siempre, porque en esto no hay día del Señor, ni feriados, y que me perdone Dios pero no es cuestión de avaricia sino de necesidad, aunque siempre lo tomé como una jornada distinta, más aliviada, por más que en el transcurso de las horas, probablemente, reniegue como cualquier fecha laborable.

Entonces, antes del amanecer, me senté frente a mi notebook, la encendí, busqué el maravilloso “Word” para intentar escribir algo, abrí la hoja en blanco y mientras la miraba, navegando por esa enorme laguna azul de las ideas y las ocurrencias, veo como mis dedos amagan una letra u otra, intentando arrancar con una palabra o en el mejor de los casos con una frase, notando que mis manos, hinchadas y lastimadas por el trabajo diario del campo, nada tenían que ver con las de un escritor. ¿Lo seré?

Un amigo quiere hacerme creer inclusive que soy un intelectual. Ridículo. Un intelectual se hace, no se nace, y yo nunca me preparé para ello. Tal vez aparente serlo, pero no lo soy, seguro que no.

Mientras se desarrollan en mí éstas ideas sobre pretender ser sin serlo, o aparentar lo que uno no es, más allá de la voluntad o no por lograr uno u otro efecto, me vino a la memoria el libro que estoy leyendo de a ratos, recomendado por una entrañable amiga: “La simulación en la lucha por la vida” de ese eximio escritor ítalo-argentino, José Ingenieros, autor también de: “El hombre mediocre” (ambas publicaciones deberíamos leer todos los argentinos antes de votar en las próximas elecciones presidenciales de octubre).

¿Finjo ser lo que no soy? O en realidad soy aunque no pretenda serlo.

No es lo mismo imitar que aparentar. En el primer caso uno quiere ser, aunque lo logre o no. En el segundo, de ninguna manera se aspira a ser sino parecer ser.

En el libro de Ingenieros dice que los políticos están en la cumbre de la simulación, aunque cree que un poco más arriba se hallan los religiosos, de todos los credos – para aquel entonces, principios del siglo XX.

Ya en este tiempo, la sociedad entera, dado cuenta de ello, entra en el juego de la apariencia, y particularmente, en función del señorío político. Es así que vemos hoy el enorme esfuerzo de algunos, por ejemplo: actores, actrices, músicos, periodistas, en mostrarse exageradamente obsecuentes, para lograr la gracia de la señora – del poder - la que no compra de ninguna manera como auténtica tal actuación o impostura, sino que solamente disfruta verlos arrastrados detrás de sus faldas.

Es una muestra clara de simulación compartida, de ida y vuelta, a la más exagerada potencia. Y ya nadie se sonroja por ello porque la vida se ha transformado en una comedia, en la que todos actúa su personaje; visten sus disfraces, sus maquillajes; impostan la voz… sin dejar de ser lo que son, representando ser lo que no se es.

De esta forma, la realidad se convirtió en un engaño colectivo, a lo que todos juegan la farsa del relato.

Muchos creen que es una habilidad simular bien, saber fingir ser otro, pero se llega a un punto en el que el personaje se apodera del impostor y ya no puede volver, no sabe, o no se da cuenta que ya no es lo que era.

Así, hemos falsificado nuestra propia vida, la desfiguramos. Y como un animal que se mimetiza con una parte del ambiente para no ser visto, sin poder volver a lo que era, al final queda expuesto al peligro, notándosele el engaño.

Ya son demasiados los que juegan esa farsa, como una simulación en la lucha por la vida, más que por sobrevivir por alcanzar lo inalcanzable sin haber hecho ningún mérito para lograrlo.

Claro, si se disfraza de exitoso profesional un corrupto funcionario público o de formidable empresario quien lava dinero del narcotráfico o de la misma corrupción o de hábil dirigente social quien barre la pobreza debajo de la alfombra, que le queda al ciudadano común, qué rumbo tomarán sus sueños, qué camino buscarán sus anhelos, en qué está dispuesto a disfrazarse para alcanzar lo que la vida normal le niega.

¡Qué buen libro! Igual que “El hombre mediocre”. “En la política, por fin, donde florece el hombre camaleón, el arquetipo de los simuladores, el cortesano adulador que sirve con igual celo a todos los que pueden colmarle de favores, lacayo de todos los amos, unidad de todas las mayorías, instrumento de todos los despotismos” (La simulación en la lucha por la vida – José Ingenieros).

Habrá seguramente sus excepciones.

Mientras tanto, seguiré intentando parecerme a un escritor, medianamente intelectual, escudándome en la experiencia que me dio la vida, preguntándome cada mañana si soy un delicado literato o un rústico hombre de la tierra.

Tal vez una cosa aporte a la otra, sin conflictos que merezcan una simulación, porque en el fondo fingir es una mentira, aparentar es hipócrita, el disfraz es un engaño… y la vida, en sí misma, se convierte en una farsa.

EJS

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EL FUEGO DE LA VIDA - Por Eduardo Juan Salleras


Cumplí 59 años
EL FUEGO DE LA VIDA
Por Eduardo Juan Salleras, 31 de mayo de 2015.-

Se autoriza su publicación solamente en forma completa y nombrando la fuente

Es fundamental acomodar bien la leña en el fogón para lograr tener un buen fuego…

De eso se trata. Casi todas las mañanas, a las 5 de la madrugada, me despierto y voy a realizar esa tarea.

Primero unas cuantas hojas de papel de diario, encima la leña fina, sobre ella la más gruesa, cubriendo bien todo el hogar sin dejar espacios inútiles y con sólo el combustible que entra en una lata de arvejas, enciendo el fuego, cierro la puerta de la caldera, abro el tiraje y por el pulmón comienza escurrirse el viento hacia adentro produciendo una buena llama… a la hora, tengo el vapor suficiente para pasteurizar la leche y procesarla en procura de ese maravilloso manjar blanco que es el queso.

Sentado sobre un bidón de 20 litros, me quedé la otra mañana mirando el fuego y pensando en la soledad del alba, aún oscura, qué importante es en todo acomodar bien las cosas, en el lugar debido.

Así encendí fuegos todos los días de mi vida, llegando a hoy que cumplo 59 años, despidiéndome de la sesta década e iniciar el año que viene, una nueva etapa.

Y estoy conforme.

Vine hasta aquí y eso es mucho decir. Creo inclusive que lo he hecho bien, tal vez algunos se me apagaron, otros los hice exagerados pero, en líneas generales, puedo decir que tuve éxito con mis fogones.

De niño, son los mayores, los padres, quienes deben encender nuestros fuegos. De vez en cuando nos dejan prender algún fósforo, arrimar alguna leña pero, enseguida nos apartan por si acaso.

Los adolescentes, pretenden hacerse cargo, si es posible solos, de esa tarea, y que sea propia, personal. Así, muchas veces queman madera innecesariamente y gastan más combustible de lo lógico. Hay quienes se dan cuenta de ello con el tiempo pero, hay otros que no, y tardan muchos años, a veces demasiados, viendo a tremendos grandotes derrochar tiempo y lo que a algunos les falta, quemando inútilmente lo que tal vez, escasee mañana.

Creo haber sido alguien muy apasionado en casi todas las cosas que pretendí llevar a adelante, con éxito o no, siempre con entusiasmo y severa autocrítica; puedo decir entonces, que llegué hasta aquí correctamente y es mucho decir.

La pasión es como un combustible extra, como soplar las llamas para reavivarlas, como remover la leña que al quemarse se ubica mal en el fogón, sin tener costo alguno.

Me encanta iniciar un nuevo fuego con las brasas del día anterior, quiere decir que fue bueno, que fue suficiente.

Es de esperar: no todo intento tuvo el resultado esperado.

Hoy estoy trabajando más que nunca, y en realidad, siempre pensé que al llegar a esta edad, no iba estar tan apremiado, tan necesitado en hacer el trabajo que hago, cuando parece que las cosas no salen como espero.

Mi mujer, los otros días me preguntó (porque ella trabaja a la par mía):

- ¿Estaremos haciendo las cosas bien?

Le respondí de manera terminante: - Desde ya que no, no debemos estar haciendo lo correcto, porque de lo contrario no estaríamos como estamos, haciendo lo que hacemos, habiendo llegado ambos a una edad en la que deberíamos estar más disfrutando lo hecho que seguir acomodando cosas.

- ¿Entonces? - Confundida cuestionó.

- Yo me lo pregunto día a día, ¿Qué estoy haciendo? Sin embargo, cuando logro poner las cosas en su lugar o tan sólo, cuando sé dónde ubicarlas; cuando estoy en medio del campo arreglando algo, o mismo a la madrugada, encendiendo el fuego de cada día, me doy cuenta que soy feliz, que esa es, por hoy, mi felicidad.

- A mí me pasa lo mismo si logro curar algún ternero enfermo o cuando los veo bien a todos.

Quizás ese sea nuestro éxito en la vida ser felices, a pesar de estar donde estamos, haciendo lo que hacemos, sin ser esto lo que esperábamos para nosotros a esta altura de la vida.

Los caminos del éxito no son todos iguales, muchos son silenciosos, como el nuestro - como el mío - en el que varias veces se siente soledad, en el que nos cruzamos con poca gente pero, eso no quiere decir que no sea el que nos toca… eso no quiere decir que sea, el que corresponde.

Vivimos en un país en el que sobra todo, carecemos solamente de vergüenza, sin embargo vivimos quemando leña innecesariamente, y a pesar de ello se siente mucho frio en demasiadas cosas. Es que el fogón de lo que corresponde, el de las instituciones y las leyes, el de la honestidad y la honorabilidad, el del esfuerzo y el trabajo, el de la educación y la salud… el del bien común… el de la verdad, está apagado, sin que nadie a la vista tenga intensiones de encenderlo.

Estoy contento de haber llegado a donde llegué, entero.

Voy por más.

EJS

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Dientileche, el País de los Niños