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¿QUÉ ESPERA LA VIDA DE MÍ? - Por Eduardo Juan Salleras


Lo que sobra
¿QUÉ ESPERA LA VIDA DE MÍ?
Por Eduardo Juan Salleras, 9 de noviembre de 2014.-

Se autoriza su publicación solamente en forma completa y nombrando la fuente

- Discúlpeme, UD ¿Qué hace con lo que le sobra?

Fue la pregunta que vino a referencia de una conversación que tuve con alguien hablando sobre lo que debemos dar y no damos, incluso en función laboral.

Y no estoy hablando de renunciar a los tiempos de descanso, de esparcimiento; no estoy hablando de más horas, sino de las mismas; no estoy hablando de esfuerzos desmedidos, de riesgos físicos o mentales sino de más empeño, mejor aptitud y sin ningún peligro.

Si podemos hacer más y mejor, ¿Por qué no lo hacemos?

El tema, aparte de lo laboral, ya que a continuación y hablando con la misma persona me explayé un poco más, haciendo que ésta termine entendiendo mucho menos a lo que me refería, es ¿damos lo que podemos dar?

Si lo llevamos a lo de todos los días, planteándonos nuestra entrega, sobre lo que ofrecemos en función a lo que consideramos merecer, ¿hay algo que nos queda sin ceder?

¿Qué compromiso tenemos con la vida?

Vino a mí cabeza después de esa charla informal sobre lo que debemos dar y sobre lo que nos guardamos.

Me acuerdo de alguien que una vez me dijo: - Fui educado en uno de los mejores colegios y en una excelente universidad. Hice maestrías en lugares importantes… mi compromiso con la sociedad solamente es ser exitoso y pagar mis impuestos…

- ¿Estás seguro que no te sobra nada para entregarle a la vida?

Así fuimos formando una sociedad muy pobre.

La Argentina es un territorio fantástico en el que funciona un país decadente.

Nos hacemos llamar República y no nos importa un bledo si se cumple o no con su funcionamiento, si el poder judicial es independiente o atiende a las prerrogativas del momento, y si los legisladores que deben ser nuestros representantes obedecen al pueblo o al autoritario que los maneja.

Mientras tanto soy un exitoso y pago mis impuestos.

¿Cuál es el compromiso que tenemos con la vida republicana Argentina?

No estoy hablando de grandes esfuerzos ni de incómodos renunciamientos pero, si voy por la calle caminando y se me ocurre comer un alfajor, teniendo en cada esquina un basurero, ¿por qué tengo que tirar el papel en la vereda? Y si me subo a un colectivo, o peor aún, voy a misa, estoy cómodamente sentado y entra una señora, mayor o no, ¿por qué me pongo a mirar por la ventanilla o bajo la cabeza en una exagerada genuflexión para hacerme el gil y que la señora pase de largo?

Tan sencillo como eso.

Al final del día, ¿Cuánto más pudimos dar y no dimos?

¿Qué hacemos con lo que nos sobró?

Tal vez de eso trate el juicio final, no sobre lo que dimos sino sobre lo que nos guardamos.

En esta retrospección, como muchas veces, me planteé si yo debo ser el que soy u otra cosa. Si me corresponde ser un trabajador rural o un escritor, y como en algún momento estuve en política – Dios aparta de mí ese cáliz – ser un político.

Tan solo sé que sobrar me sobra y algo más tengo para dar.

En estas columnas creo hacerlo.

Fui, en un tiempo, una persona mucho más social, participaba de cuanta institución me invitaba – siempre al tiempo se arrepentían de ello – y de a poco hizo de mi un hombre político.

Innecesariamente llegué a serlo. Y lo digo así porque no es fundamental entrar en ese ambiente para resolver los problemas del país.

Alcanza con que demos eso que nos sobra cada día, sin dejar que se pierda, que se esfume, que nos aplaste al final de tanto acumular, de tanto no comer ni dejar comer.

Démosle eso que nos sobra a la sociedad, al que lo necesita, al pueblo, al país. Más si eres un empresario exitoso porque no son muchos los que conocen de éxito, más si tuviste la dicha de haber sido educado en los mejores colegios y asistir a la universidad, porque hoy, después de una década floreciente para los destinos de la Argentina, las cuestiones básicas que un Estado debe garantizar a sus ciudadanos, especialmente a los que están muy lejos de los privilegios sociales, brillan por su ausencia, y sin embargo crees que con haber cumplido correctamente con tus impuestos, delegando en los burócratas las necesidades mínimas de la comunidad, ya cumpliste con el dar.

¿No tienes más, no te quedan fuerzas ni tiempo para ocuparte que no le roben al pueblo su dignidad, que no le quiten, al menos, la parte que vos honestamente aportaste con el fin que alguien viva mejor y pueda aspirar a ser feliz?

Hay una tendencia generalizada a dar poco.

Desde el más pobre que adopta como válida y honrosa su condición porque ya se acostumbró a vivir con lo poco que le dan a cambio de nada, de ningún esfuerzo, de ningún tiempo… hasta el más rico que adopta como válida y honrosa su condición porque no podría ser el que es sino existiera un Estado corrupto y mágico, transformador de un incapaz en un próspero ciudadano… y pasando por aquel que, exitoso o andador de la vida, que le parece suficiente lo que es y lo que da, es que este país, maravilloso desde su geografía y su clima, sea decadente en sus instituciones y en su sociedad. La que se queja de la inseguridad y acepta mansa la reforma penal y el “garantismo”. Sabe de la corrupción y la mira como si no tuviera que ver con él, con el país que habita, dejando pasar por alto la reforma al código civil. Se ha muerto de frio en invierno, de calor y de sed en el verano, en un país que tenía autoabastecimiento de petróleo y energía, y se muestra desinteresada con la ley de hidrocarburos.

Y así, tanto más.

Pero me preocupa lo que a mí me sobra y no doy, si tengo que ser el que soy, o estar como estoy, tal vez diferente o quizás así esté bien y es suficiente… porque en un tiempo calculé mal y así me fue.

¿Qué es lo que la vida espera de nosotros?

¿Qué espera de mí?

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De males y brujas - Por Eduardo Juan Salleras


De males y brujas
MENTES RETORCIDAS
Por Eduardo Juan Salleras, 28 de octubre de 2014.-

Se autoriza su publicación solamente en forma completa y nombrando la fuente

Es un tema recurrente en las historias de campo, de pueblos, de boliches rurales.

Algunos dicen que no existen pero, que las hay las hay.

Se suele recurrir a ellas para desearle el mal a alguien, por enfrentamientos, desilusiones, desengaños, por celos y demás. Hablamos de brujas y maldiciones.

Hace muchos años - más de treinta - un estudiante de parapsicología me comentó que en la esquina de mi casa, mirando al sudeste, a dos metros exactos de la misma, habían enterrado un mal en contra mía.

Y ahí debe de estar porque nunca hice un pozo para buscarlo, es que en realidad, a pesar de todo, no me ha ido tan mal, desde luego, como suele suceder, una de cal, una de arena, cosas buenas y cosas malas, a veces no tan buenas y otras no tan malas, como a la mayoría, como debe ser en realidad la vida.

De eso se trata vivir.

Ahora, es increíble que haya gente que desee el mal a otra, y peor aún, que haya profesionales en el tema, como que una hechicera se dedique a producirlo, incluso cobrando para ello.

Una vez, un matrimonio de ordeñadores que trabajó en el campo, me pidió hablar unas palabras, acepté haciéndolos pasar al escritorio.

Enseguida, sin demasiados rodeos, presentaron la renuncia… la razón: habían visitado una vidente en el pueblo, la que les recomendó retirarse del trabajo porque a mí me habían hecho un mal, por lo que nunca produciría leche bien.

- Usted no cree en esas cosas pero… Me dijo ella mientras su pareja permanecía mudo.

- Solamente me sorprende lo que dice y me pregunto: ¿por qué? Le respondí.

- Le hicieron el mal de las tranqueras caídas…

Es cierto, en mi campo está lleno de portadas torcidas tocando el suelo, incluso acostumbro decir: el día que me gane la lotería voy a comprar vigas y tranqueras nuevas para cambiar todas las del campo. Ahora, de ahí a que un mal ande rondando…

El mal existe, eso está probado, basta con encender el televisor y sentarse a sufrir la realidad, del mismo modo el bien, es suficiente mirar a nuestro alrededor para aceptar su presencia.

Entonces, hay gente buena y gente mala, aunque también están aquellos que no son ni una cosa ni la otra.

¿Qué lo lleva a una persona a desearle la desgracia a otra?

Odio, resentimiento, rencor, envidia… que mal debe estar un alma guardando estas vivencias en su interior y tal vez la empuje a cometer la aberración de querer que al otro le ocurra alguna fatalidad. Eso no sana nuestro disgusto, todo lo contrario, nos vamos acostumbrando a vivir con ello, acrecentándose con el tiempo, apilando un daño sobre otro, no dejando espacio para lo bueno.

Es muy importante curar los malos sentimientos hacia el otro, por más perjuicio que nos haya hecho, debemos permanecer en el camino correcto, más allá de las contradicciones.

La impotencia por falta de razón lleva a cometer semejante delito moral de pretender perjudicar exprofeso a alguien por venganza.

Se suele decir con un cierto grado de satisfacción: me voy a sentar en la vereda a ver pasar el cadáver de mi enemigo.

En una oportunidad, dos mujeres fueron a ver a una bruja para desearle un mal a otra persona. Cuenta la historia que una vez realizados todos los hechizos correspondientes, se sentaron a esperar que ocurra lo anhelado y supuestamente así ocurrió.

Al ver los buenos resultados, lo repitieron con cuanta persona se le cruzaba en el camino, incluso algunas sin motivo, por el sólo hecho de la envidia recurrían a los maleficios. Se llenaron de ellos, viviendo en una amargura total, con una violencia interior inaguantable, la gente al principio las evitaba.

Las tres murieron solas, no se soportaban una a otra. Inclusive gente buena, con el tiempo, se les arrimaba a ayudarlas, a acompañarlas, a intentar sacarlas del agrio estado en que vivían, por solidaridad, por lástima… y en vano. Una de ellas, sin saberlo, había sido víctima de los hechizos, y cada vez que iba a visitarlas, se remordían de bronca o tal vez de arrepentimiento.

Es una historia de las tantas que se cuentan en las rondas de mate, en los fogones antes o después del asado, antes o después de los vinos…

Hay gente que uno prefiere eludir porque arrastran un continuo malestar interior, contradictorios, hasta cuando se ríen uno desconfía, esas sonrisas flácidas carentes de credibilidad.

Hay seres oscuros de los que uno se pregunta ¿tendrán espejo en su casa? ¿Tendrán una consciencia donde mirarse a sí mismos? ¿Estarán poseídos?

Hay quienes pretenden de nosotros lo que no tenemos o no estamos dispuestos a dar, por la razón que sea y esto muchas veces enoja.

En cambio, es un placer encontrarse con personas que irradian gracia, una palabra tan especial que, más allá de las creencias religiosas, es un don que uno puede notar en hombres y mujeres que brillan en sí mismas por esta condición. No tiene que ver la intelectualidad sino el alma.

¡Qué agradable se siente uno a su encuentro, al escucharlos hablar, al sonreír, pacificando el momento, dando esperanza al porvenir, aguardando el mañana con una ilusión e invitando a soñar!

A mí no me preocupa el mal que me deseen, lo que sí me inquieta es merecerlo o no.

Hay una frase de Antonio Porchia en su libro Voces que dice: Tú crees que me matas, yo creo que te suicidas.

Entonces: Una oración por aquel que nos ansíe el mal.
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